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SINOPSIS:
El misterio y la conspiración se unen en el relato de un extraño personaje que se encuentra internado en una residencia geriátrica, y que contacta con un escritor y periodista, a quien asegura poseer información de vital importancia, por haber intervenido en ciertos experimentos realizados en la NASA, y cuyos datos se verán avalados por las noticias aparecidas en la mayoría de los medios. Una información real, contada desde una narrativa novelada, que no dejará a ningún lector indiferente.
¿Qué harías si conocieras la verdad… si supieras que estás interpretando un papel asignado previamente, si pudieras rebelarte ante lo establecido…? ¿Necesitas ver para creer? ¿Sabes quién manda realmente en el mundo? ¿Sientes curiosidad por conocer qué o quiénes te están manipulando sin que lo sepas…?
La respuesta a muchas de estas cuestiones las podrás encontrar en la «locura», pero si no deseas ser considerado un «loco», deberás leer este libro.
INTROITO
La realidad de las cosas suele ser muy subjetiva. Nada es lo que parece ser y, tan siquiera lo que vemos es una representación global de lo observado.
Existimos en un mundo tridimensional, donde los límites físicos nos parecen estar claramente definidos, pero en cambio, coexisten con nosotros toda una serie de fuerzas y energías de cuya naturaleza y finalidad poco sabemos, y de las que apenas somos capaces de intuir o adivinar hasta donde pueden llegar a interferir en nuestras vidas.
La ciencia ortodoxa no admite como real o efectivo lo que no puede reproducirse mediante un determinado protocolo en laboratorio. En este caso… el amor, el odio, los diferentes sentimientos… por poner un ejemplo ¿no existen en nuestra realidad? Evidentemente que sí, y ante dicha realidad, nadie puede negar el inmenso poder que posee el sentimiento del amor. Pero ante semejantes disyuntivas, surgen una serie de cuestiones: ¿qué es verdad… y qué es mentira? ¿Cómo podemos saber que algo es cierto y no está manipulado?
Vivimos inmersos en un mundo mediático, donde las noticias en los medios marcan el ritmo y el estilo de nuestras vidas. Donde la verdad sólo puede ser manifestada por esos mismos medios que nos están manipulando continuamente. O eso es lo que nos quieren hacer creer. Entonces, ¿cómo saber que no estamos siendo manipulados?
En la sociedad consumista en la que vivimos, existe toda una serie de patrones de conducta… de diferentes roles o, incluso, de papeles estelares. Tal como ocurre en una obra de teatro, cada individuo que participa en la misma, precisará interpretar el rol asignado. Parecería como si el director de la obra hubiese repartido personalmente el papel a cada actor, procurando adaptarlo a las características personales de cada cual. Pero… ¿qué ocurre cuando el rol adjudicado no es representado por el individuo tal como se esperaba?
La jerarquía establecida ha previsto como resolver ese inconveniente: mediante el subterfugio de la enfermedad mental.
Con esto no se pretende apuntar que todo el que no represente su papel tal como estaba previsto es un enfermo mental, no. Nada más lejos de la realidad. La intención es aclarar que, quien no acepta “motu proprio” el rol asignado, será calificado y diagnosticado como enfermo mental y, por tanto, librará de cualquier responsabilidad a los encargados de mantener el estatus, la vigilancia y el control de esta sociedad. De esta manera, las acciones, palabras o mensajes que pudiese trasmitir este supuesto enfermo mental a los demás individuos “mentalmente sanos”, con el supuesto ánimo de intoxicarlos o contagiarlos de su “enfermedad”, carecerían de autoridad alguna, puesto que… ¿quién va a creer a un loco?
Tampoco habrá que confundir al verdaderamente enfermo mental con el individuo rebelde ante el rol que le ha tocado representar. Es evidente que no todo el mundo se encuentra en perfectas condiciones mentales y que, por consiguiente, existe el enfermo mental que precisa del tratamiento clínico adecuado. Pero no es este el caso del personaje de la presente narración.
Esta es la historia de un enigmático personaje, que podría pasar por un individuo cualquiera, casi desconocido, amparándose en un anonimato que le facilitaría llegar a ser capaz de identificar el origen o procedencia de su razón de ser. Lo que la jerarquía mediática y social habría calificado como enfermedad mental, siendo diagnosticado como si se tratase de un individuo enfermo de esquizofrenia. Un singular personaje que estaba convencido de haber podido descubrir quienes habrían sido los responsables o autores del guión que a él le había tocado en suerte representar.
NO LES DIGAS QUE NO ESTOY LOCO
Como cada jueves, me dispuse a ir a visitar a mi madre al hospital. Hacía más de dos años que se encontraba ingresada, aquejada de la terrible enfermedad de Alzheimer. Su estado era muy avanzado y ya no podía valerse por sí sola, ni recordar a ninguno de sus hijos, ni siquiera a su esposo, que día a día se mantenía a su lado en la habitación, atendiéndola y cuidando de ella con todo el cariño del mundo, como si de un niño pequeño se tratase.
Ese día pude acudir antes de lo acostumbrado, por lo que tuve tiempo de sacarla de su cama y llevarla a pasear en su silla de ruedas hasta el pequeño jardín o terraza donde solían salir a tomar el aire los pacientes que podían hacerlo.
Apenas había aposentado la silla de ruedas bajo la sombra de un sauce cuando, un extraño personaje, ataviado con una llamativa camisa a cuadros, acudió hasta el banco donde me hallaba sentado. Su aspecto físico denotaba ciertos cuidados, si bien su peinado, con el pelo engominado, era de un estilo antiguo y en desuso, lo que me hizo intuir que hacía tiempo que no salía de allí o que, en todo caso, se había estancado en otra época pretérita. También me llamó la atención el hecho de que llevase bajadas y abrochadas las mangas de la camisa, así como el tener abrochados todos los botones, inclusive el “molesto” botón del cuello. Un hecho que me sorprendería no por el mismo hecho en sí, sino por lo inusual y la incomodidad que conllevaba, sobre todo teniendo en cuenta de que nos encontrábamos en pleno verano y el calor se presentaba insoportable. Para completar la estampa, el personaje mostraba una amplia sonrisa, a través de la cual dejaba ver las mellas de varios de los dientes superiores… amén de faltarle también los caninos inferiores.
Se mantuvo expectante… sentándose a mi lado. Fijó la mirada en mí, mientras no cesaba de sonreír. Quizá fuese por simpatía… o por causa de cortesía, que le devolví la sonrisa…
– ¡Bienvenido a la cárcel…! –dijo sin dejar de sonreír.
– ¿La cárcel…? –respondí extrañado.
– Estamos dentro de una cárcel, de un infierno… un averno de cristal, como si fuésemos hámsters o ratones… donde los guardianes nos observan y controlan, experimentando con nosotros… –insistió el extraño sujeto, mientras miraba a uno y otro lado con cierta preocupación, asegurándose de que no era observado.
– Pero si nadie te vigila… no veo que nadie te esté controlando… –dije intentando tranquilizarlo.
– No, no se trata solamente de este lugar… –respondió de inmediato- Cada ser vivo tiene una misión o utilidad para otro ser más elevado en la escala evolutiva: las plantas sirven de alimento para los animales herbívoros… los insectos son el principal alimento de las pequeñas aves o de otros insectos de mayor tamaño… los animales herbívoros son la base de la cadena alimenticia de los carnívoros y, por último, los omnívoros… animales que se alimentan de toda clase de alimentos u otros seres vivos, y cuyo mayor exponente o cima de la pirámide de dicha cadena alimenticia y a la vez evolutiva, lo ocupa el hombre…
– No sé a dónde quieres ir a parar… –dije, sin disimular mi extrañeza.
– ¿Por qué no me haces la pregunta…? –interpeló expectante
– ¿Qué pregunta…?
Tras unos instantes de silencio, el enigmático sujeto prosiguió:
– ¿Y quién se nutre u obtiene beneficio del hombre…? –Esa era la pregunta que el extraño sujeto esperaba que le hiciese.
– Bien, ¡pues date por preguntado! –exclamé.
De nuevo, el enigmático personaje se mantuvo en silencio, para al cabo de unos instantes, volver a realizar otra pregunta:
– ¿Tú, por qué cuidas a tu madre…? –inquirió mientras dirigía su mirada hacia mi madre, quien se hallaba sentada en su silla de ruedas.
– ¡Porque la quiero! –exclamé de inmediato.
– ¡No! La cuidas porque tienes sentimientos…
– ¡Pero eso es lo mismo…! –volví a insistir.
– No, no lo es… Querer es tener apego, y los apegos pueden controlarse. En cambio, los sentimientos están implícitos en el ser humano. Es la característica emocional más representativa del mismo, aun cuando éstos sean de una u otra condición.
– Pero estás eludiendo el tema con evasivas… y no me respondes a la pregunta… –intervine de nuevo.
– Ten paciencia… lo estoy haciendo…
Otra vez el silencio… No sabía si aquello respondía a una táctica del sujeto en cuestión, pero aunque sólo fuese por curiosidad, éste había conseguido despertar en mí un inusitado interés. Tras unos segundos que me parecieron interminables, continuó con su deseada explicación:
- Yo les oigo… sé cuando me hablan… porque ellos saben que yo lo sé. Saben que nadie me va a hacer caso… puesto que para los médicos soy un pobre loco más, un enfermo mental, un esquizofrénico…
– ¿Quién te habla…? –intervine–, ¿qué te dicen…?
– El precio por conocer la verdad es muy elevado… y no se le ofrece la oportunidad a cualquiera… –replicó mientras sonreía.
– ¿Y cómo puedo conocer esa verdad…?
- Sólo podrás conocer la verdad si estás dispuesto a pasar el resto de tu vida por un loco… ¿lo estás?
Ahora era yo quien se mantuvo en silencio… ¿Qué estaba pasando…? Hablaba con un extraño, posiblemente aquejado de alguna deficiencia mental, y me estaba planteando si quería pasar por loco por el resto de mi vida… ¡Me resultaba increíble! ¿Realmente esto estaba ocurriendo…?
Regresé a la realidad… era evidente que me había dejado llevar por el magnetismo de aquél enigmático personaje, así que procuraría encontrar la respuesta más adecuada a su pregunta…
- ¡Cu, cu…! ¿Estás…? –intervino el sujeto.
- Sí, sí, disculpa… estaba meditando la respuesta a tu pregunta…
- ¡Ah… no te preocupes… nadie la responde! Pero te ha hecho pensar… ¿verdad? –inquirió el extraño personaje, mientras volvía a sonreír mostrando su mermada dentadura.
No pude evitar mostrar un gesto de extrañeza o asombro ante la insólita respuesta. De nuevo, el extraño personaje soltaba una sonora carcajada.
- ¿Te estás burlando de mí…? –exclamé con cierto tono de enfado.
- No, por favor… no te enfades. No me burlo de ti. Es que no puedo evitar sonreír por cualquier nimiedad… ¡es todo tan sencillo… y la gente lo hace tan complicado!
- Pues explícate de una vez… porque a mí ya me tienes impaciente por saber a qué te refieres…
- Tú no necesitarás pasar por loco para conocer la verdad, si así lo deseas… para eso ya estoy yo. Pero a cambio, tendrás que comprometer tu palabra conmigo…
- ¿A qué te refieres…? –intercedí.
- Lo que escuches de mis labios o la información que te proporcione, no podrás hacerla pública sin mi consentimiento, o mientras yo siga con vida… ¿lo prometes?
Aquella condición me pareció extrañamente exagerada o un tanto excesiva, pero teniendo en cuenta que posiblemente se tratase únicamente de una “locura”, del delirio de un pobre loco, el interés que el asunto había suscitado en mí por conocer de una vez que era aquello tan misterioso que exigía aparecer como un loco, bien valía comprometer mi palabra.
- ¡De acuerdo, te daré mi palabra! Pero antes… dime: ¿por qué me has elegido a mí para contarme ese secreto… si como dices, el precio por conocer la verdad es muy elevado y muy pocos son los elegidos para conocerla?
- Yo hablo a menudo con tu padre… mientras está en la habitación cuidando a tu madre, y él me contó a qué te dedicas…
- ¡Vaya… esto si que es una sorpresa…! ¿así que ya me habías elegido de antemano?
- Ja, ja, ja… sí, yo soy muy meticuloso… –respondió mostrando su eterna sonrisa- y sé que te tomas tu trabajo muy en serio…
- Bueno, intento hacerlo lo mejor que puedo… pero, si sabes a lo que me dedico… ¿por qué me has puesto esa condición…?
- Je, je, je… sabía que como buen investigador y periodista que eres, intentarías sacar a la luz la verdad…
- Gracias por tus halagos… pero yo sólo escribo artículos… y algún que otro libro, que no sé si tienen tanta trascendencia como sugieres…
- ¿Conoces el efecto mariposa? –intervino
- He leído algo al respecto, sí… pero no sé que tiene que ver en todo esto…
- Ja, ja, ja… ¡pues ya lo verás! Todo está relacionado e interconectado. Ellos están ahí… y cuidan de que obtengas toda la información que precises para conseguir alcanzar el objetivo.
- ¿Quiénes están ahí… qué objetivo…? –volví a interceder, cada vez más abrumado por tantas preguntas sin respuesta.
- Ten paciencia, no te adelantes, todo a su debido tiempo…
- Pero si aún no me has respondido a la primera pregunta que me invitaste a hacerte y ya me has plateado varias dudas más… ¿cómo quieres que me sienta? ¿acaso esto forma parte de algún juego? –exclamé un tanto descontento con el trato recibido hasta entonces.
Apenas acabé de exponer mi queja al enigmático sujeto, cuando una auxiliar de clínica, acudió hasta el lugar donde nos encontrábamos.
- Bueno Juan… ¡por fin te encuentro! ¿ya se te ha olvidado que hace media hora que tenías que tomar tus pastillas? –dijo la auxiliar, mientras extendía la mano donde contenía las dos cápsulas que tenía que tomar el enigmático personaje al que llamó Juan.
Juan, extendió a la vez su brazo, tomando las pastillas de la mano de la auxiliar sin mediar palabra. A continuación abrió la boca, introduciéndose las dos cápsulas de una sola vez. La auxiliar le alcanzó un vaso de agua, a fin de que resultase más fácil la ingestión de las pastillas.
Cuando Juan hubo tragado el agua, abrió la boca, mostrando a la auxiliar que se había tomado las dos cápsulas. Satisfecha con lo observado, la auxiliar se marchó del lugar, no sin antes recordarme que dentro de media hora llevarían la comida de mi madre a su habitación.
- Bien, Juan… porque, ¿te llamas así, no? –intervine.
Juan, se mantuvo en silencio… miró hacia uno y otro lado, y cuando se cercioró de que nadie lo observaba, abrió la boca y levantó la lengua, dejado ver las cápsulas que había incrustado entre los orificios destinados a los dientes que le faltaban.
- Sí, aquí me llaman Juan, aunque mi nombre es John… John Nass. –repuso, mientras se sacaba las cápsulas de la boca y las escondía con disimulo en un pequeño agujero que escarbó con los dedos junto a una planta del jardín.
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