Ceremonia Sagrada de sanación del Peyote

Me encontraba en Austin, capital de Texas, en los Estados Unidos de América. El motivo que inicialmente me llevó hasta allí, ya de por sí, representaba para mí un regalo: había sido invitado a dar varias charlas o conferencias en New York y Austin, sobre los temas que trato en mis libros: María Magdalena y el Grial viviente; y otro tema aparentemente sin relación con el primero y que trataba sobre mi último libro “Ensoñación de chamán”.

Durante los años que me llevó investigar y estudiar al respecto del chamanismo practicado en la región de Meso-América, había escuchado cientos de relatos, de cómo se llevaban a cabo las diferentes ceremonias sagradas, ya sea de sanación o con otros fines, realizadas por los grandes chamanes de la zona, pero hasta ahora, no había tenido la ocasión de asistir personalmente a una de ellas. Y sobre todo, no porque no hubiese mostrado el suficiente interés, sino porque este tipo de ceremonias sagradas, están reservadas a chamanes e iniciados ya avezados en dichos rituales sagrados. Por lo que al recibir la invitación de uno de los chamanes más influyentes de la zona de Austin (próxima a la frontera con México) no pude por menos que agradecer al Todopoderoso la gran oportunidad que me estaba brindando.

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El autor con algunas de las personas asistentes

Después de las tres charlas que ofrecí en New York, visitando los lugares más emblemáticos del Estado, entre los que se encontraba la isla de Manhattan, “la gran manzana”, y donde diese mi charla sobre chamanismo, obteniendo un clamoroso éxito, creía que ya no iba a experimentar nada más excitante en lo que me quedaba del viaje. ¡Craso error!

Aterricé en Austin, con la idea de disfrutar del espléndido clima y la hospitalidad de sus amables gentes durante el tiempo que me restaba, mientras finalizaba mi periplo americano con las últimas charlas; pero el destino me tenía reservada una nueva sorpresa.

Había dado decenas de charlas en los lugares más inesperados, pero ahora se me presentaba una ocasión singular: dar una charla en plena naturaleza, bajo una especie de gran chamizo, donde los asistentes se resguardarían de las posibles inclemencias del tiempo.

El responsable de aquel lugar, no era otro más que Javier González, el Jefe chamán de “Texas Kalpulli”, nombre con el que se conoce dicho movimiento o asociación. Javier, quien prefiere ser llamado “Macehual” en vez de chamán, al conocer mi interés por el chamanismo, así como ser el autor del libro, me invitó a participar en la Ceremonia Sagrada de Sanación del Peyote, una ceremonia que tendría lugar justo un día antes de mi regreso a España, y cuya duración comprendería parte de la tarde del día anterior, toda la noche y media mañana del día siguiente. Es decir, desde las 5 p.m. de la tarde, a las 12 p.m. del día siguiente. Lo que se viene en llamar una ceremonia con vigilia.

Y llegó el día esperado. Si tengo que ser sincero, no puedo negar que me encontraba como cuando a un niño le dicen que va a ver por primera vez a los Reyes Magos. Mi curiosidad innata era total, y para no perderme nada de la preparación de la Ceremonia, procuré estar en el lugar con el suficiente tiempo de antelación como para poder tomar notas y fotografías de todo lo que estaba aconteciendo… 

El autor junto a Javier González y Diana Herrera (Madre Moon)

Aunque no pude hacer todas las fotografías que me hubiese gustado pues, al tratarse de una Ceremonia Sagrada, no estaba permitido realizar fotografía alguna de dicha Ceremonia, y suerte tuve de que se me permitió fotografiar algunos elementos antes de ser utilizados, pues una vez “consagrados” o destinados en su lugar, ya no se permite a nadie obtener ninguna fotografía de los mismos.

Es por ello que me propuse recordar con el máximo detalle todo el proceso de la Ceremonia Sagrada.

Antes de dar comienzo la Ceremonia, los que allí estaban presentes y ya habían tenido la ocasión de conocerme con anterioridad en la charla que ofrecí, fueron presentándome a los dignatarios y jefes chamanes que iban a presidir y organizar la Ceremonia.

Fue así como conocí al jefe chamán de los navajos, al chamán de los lakotas o al jefe chamán venido expresamente desde México, José Cepeda, encargado de presidir la Ceremonia. Por supuesto, a la Ceremonia llegarían otros más. No se trataba de una Ceremonia más, sino de una Ceremonia Sagrada de Sanación del Peyote con vigilia, reservada a iniciados avanzados y a la que, por consiguiente, no todo el mundo podía asistir; una peculiaridad que iba a conocer en las siguientes horas y que ya nunca más olvidaré en mi vida. 

Como no podía ser de otra forma, mi curiosidad me llevó a indagar y a preguntar por todo lo que estaba observando. 

En una gran explanada, se erguía majestuosamente un gran Tipi; el lugar sagrado donde horas después se llevaría a cabo la Ceremonia Sagrada. 

Cuando penetré en su interior, aún pude observar a los encargados de montar el altar donde se iba a desarrollar la mayor parte de la Ceremonia. En el centro del Tipi, se construyó una especie de media luna, con arena de río, con unas dimensiones aproximadas de dos metros de diámetro y unos veinte centímetros de grosor. 

El autor junto al jefe chamán navajo, Wilder

En su interior o centro, se colocaría el fuego sagrado, el cual sería atendido y alimentado durante todo el tiempo que durase el sagrado ritual, por dos servidores del fuego y ayudantes del jefe chamán que dirigía la Ceremonia.  

Tipi donde se llevaría a cabo la Ceremonia  Sagrada

El autor junto al tipi

Curiosamente, el cactus al que se le denomina Peyote, en la Ceremonia no es llamado así, sino que adquiere el nombre de “medicina”, así como se le reconoce una entidad sagrada, a la que hay que solicitarle con todo respeto ser merecedor de su gracia. Una gracia que más tarde tendría tiempo de experimentar en mi propio cuerpo.

El Peyote[1] es un cactus de unos 2 a 12 cm. de diámetro, por unos 5 cm. de altura. Su recolección para llevar a cabo las Ceremonias sagradas es realizada por la “mujer medicina”, figura femenina que acompañará y compartirá la realización del ritual sagrado, con el jefe chamán de la Ceremonia.

[1] Lophophora williamsii, comúnmente llamada peyote, es una especie perteneciente a la familia Cactaceae. Es endémica de México y la parte sudoccidental de Texas. Es muy conocida por sus alcaloides psicoactivos, entre ellos la mescalina, principal sustancia responsable de sus efectos psicodélicos. Posee una larga tradición de uso tanto medicinal como ritual entre los indígenas americanos y está extendida mundialmente como enteógeno y complemento de diversas prácticas, entre las que se encuentran la meditación y la psicoterapia psicodélica.

 

Mujer Medicina mostrando la cesta con el Peyote
Cesta con la medicina sagrada (peyote)


Ya había conseguido que la Mujer Medicina me permitiese ver y fotografiar al Peyote, la “medicina”. Ahora quería saber más… ¿Qué era aquel paño de tela de tan vistosos colores, que estaba extendiendo sobre una mesa con suma delicadeza? Aún no le había realizado la pregunta, cuando veo que encima del mantel acaba de depositar una especie de copa o grial… 

Sólo puedes fotografiar hasta aquí me indicó amablemente la Mujer Medicina— cuando ya esté completo el altar con el sahumerio echando humo, no se podrá fotografiar nada —sentenció contundentemente.            

Resultaba evidente que, a pesar de la amabilidad demostrada hasta entonces por la Mujer Medicina hacía mí, ésta estaba tocando a su fin. Así que no quise tentar más a la suerte, y decidí ir en busca de otra información que también resultara de vital importancia, por lo menos, hasta que pudiera volver a visualizar el altar una vez ya estuviera completado.

No tuve que buscar demasiado, muy cerca de allí, se encontraban dos jóvenes nativos, intentando colocar una piel de cuero a un pequeño tambor.

Tambor sagrado de agua

Tambor sagrado de agua

Se trataba de un “Tambor sagrado de agua”, un tambor de reducidas dimensiones (aprox. 24 cm de diámetro), el cual se confecciona momentos antes de dar comienzo la Ceremonia Sagrada, y cuyo tono del sonido que emite al repicar sobre el mismo con un pequeño palillo, es regulado por una cantidad determinada de agua que se deposita en su interior, así como ajustando el tensado de las cuerdas que sujetan el cuero al cuerpo del tambor. A pesar de que pudiera parecer algo banal, no lo es en absoluto, pues se precisa un determinado tono que únicamente los expertos saben conseguir.

Aquí también tuve suerte de que me dejasen fotografiar al tambor, pues aún no estaba consagrado, ya que no habían acabado de ajustarlo, lo que me permitió hacerle la fotografía pertinente. No ocurrió lo mismo con los jóvenes nativos, quienes rehusaron amablemente hacerles ninguna fotografía.

Mientras tanto, la Mujer Medicina, ya había completado el altar que iba a servir en la iniciación de la Ceremonia Sagrada, y que se conoce como “la bendición del agua”. Encima del mantel sagrado se encontraban depositados varios elementos, a saber: la copa o grial que haría las veces de sahumerio; una pequeña cajita con el copal (resina o incienso aromático vegetal) que sería quemado en el interior del grial; un puchero (totalmente dorado y resplandeciente) con unos 20 l. de agua bendecida y preparada para la Ceremonia; unas ramitas de salvia…

El Sol ya estaba a punto de alcanzar el ocaso, momento mágico y sagrado en el cual daría comienzo la Ceremonia, pero antes, todos los asistentes deberíamos consumir una cena liviana. Para ello se nos ofreció una sopa ligera de vegetales, que nos permitiría sobrellevar mejor la velada.

Había llegado el momento, el Sol ya se había ocultado, era la hora sagrada en que debía dar comienzo la Ceremonia. Para ello, nos reunimos todos los participantes en corro, formando un círculo. La Mujer Medicina encendió el copal que depositó en el interior del grial, haciendo las veces de un sahumerio, con el que iría pasando uno a uno por cada asistente, realizando la preceptiva limpieza de cabeza a pies, con el humo del copal, para posteriormente añadir otro pase con las ramas de la salvia, en la que cada cual depositaba en distintas partes de su cabeza y cuerpo a modo de sanación o limpieza. Acto seguido, fue pasando uno a uno, el reluciente puchero con el agua bendecida, del cual cada asistente, sacará una pequeña jarra de la que beberá, pasando a continuación al compañero siguiente hasta completar el círculo.

A partir de ahora, ya estábamos todos en disposición de poder acceder al interior del Tipi.

Como era de esperar, yo seguía curioseando todo lo que se ponía a mi alcance, por lo que me quedé de los últimos en acceder al Tipi a escoger un lugar donde permanecer sentado toda la noche, hecho que tuvo graves consecuencias para mis sufridas nalgas, al no haber podido elegir un espacio lo suficientemente cómodo como para poder moverme aunque fuese unos centímetros, ya que en el interior del Tipi habíamos unas 48 personas, pegadas unas a otras sin apenas espacio para moverse (una situación que prometo que no me volverá a suceder jamás en mi vida, pues soportar más de 14 horas en dichas condiciones se convirtieron para mí en un suplicio).

Una vez que todos los asistentes ya habíamos escogido nuestros “asientos” (una manta o cojín en el suelo para cada persona), se procedió a formar una “fila india” en la entrada del Tipi, a fin de proceder con la ceremonia de acceder al interior del mismo e iniciar el sagrado ritual.

Interior del Tipi antes de dar comienzo la Ceremonia

Se inició la ceremonia avanzando hacia el lado izquierdo del Tipi, en dirección a las manecillas del reloj. Cada asistente debía rodear por completo el Tipi antes de acceder definitivamente en él, así como solicitar su permiso, mediante una ligera caricia o toque en la tela del Tipi con las manos, como señal de solicitud o gracia.

Mientras rodeábamos el Tipi, me fijé en la posición que adoptaban los palos que soportaban las paredes de éste, así como pregunté el significado de tal disposición. La respuesta fue distinta dependiendo de quién la ofrecía: unos decían que simbolizaban las diferentes religiones unidas, otros, que simbolizaba la unión y la fuerza, así como los dos palos que aparecían en diagonal, sujetando la tela de la entrada, que simbolizarían a las antenas por las que el Tipi se conecta con el Cosmos. Sea como fuere, lo cierto es que el sentimiento de unidad o de unión, era muy patente entre todos los asistentes.

Una vez hubimos rodeado el Tipi, se procedió a acceder a su interior. La visión del interior, ahora era totalmente diferente a la que tuve del mismo durante la tarde. Había que entrar siguiendo un orden establecido, cuidando de bordear el fuego que se había encendido en el centro de la media luna (realizada con arena de río) y por tanto del centro del Tipi.

Enfrente de la puerta, justo en el otro extremo del Tipi, se aposentarían los jefes chamanes responsables de la Ceremonia; a cada lado de éstos, se irían ubicando los diferentes encargados de las diferentes funciones a realizar durante el sagrado ritual. Así, por ejemplo, a continuación de cada lado, izquierda y derecha, se irían colocando el encargado de tocar el tambor sagrado, diferentes maracas o sonajeros, etc. y paulatinamente el resto de los asistentes.

Jefes Hopi, en el interior del Tipi

Delante de los jefes chamanes, encargados de la Ceremonia, se ubicaría el altar, el cual se correspondería con el centro o mitad externa de la circunferencia de la media luna de arena, que bordea y protege al fuego sagrado.

He de reconocer que, al acceder al Tipi, y observar todo lo anteriormente mencionado, algo dentro de mí me decía que, aquello que estaba experimentando, mi alma ya lo conocía.

Me senté en mi “cojín” (en realidad era una especie de cojín de goma espuma, que compré aquella mañana, utilizada para perritos, lo que evidentemente no me protegió como yo esperaba), cruzando las piernas como mejor pude, y expectante por ver todo lo que iba a suceder a partir de ese momento.

Tras esperar a que todos los asistentes a la Ceremonia estuviesen aposentados, el chamán que hacía de anfitrión –Javier González-, abrió el turno de palabra, indicando el motivo y significado de la Ceremonia, así como presentando a cada chamán responsable de la misma. Después de realizar las correspondientes presentaciones, Javier, se dirigió a los presentes, indicando que era el momento de que, quien así lo quisiera, expusiera los motivos que le habían llevado hasta allí. La primera sorpresa me sobrevino cuando Javier, sin previo aviso, me presenta ante todos los asistentes y me pide que hable ante ellos. Mi respuesta fue sincera y de agradecimiento hacia Javier, por haberme invitado a aquella Ceremonia tan especial, tras lo cual, le tocó el turno a los siguientes asistentes que quisieron hablar.

Cuando ya todos los que quisieron hablar lo hubieron hecho, se procedió a realizar una serie de “ofrendas” al abuelo fuego, o fuego sagrado. Para ello, el jefe chamán de los navajos, se levantó de su lugar y se dirigió al centro del altar del fuego (en la media luna de arena), echando al fuego una serie de hierbas sagradas que tenía guardadas en un zurrón a tal efecto. Tras echar las hierbas al fuego, se sirvió de las plumas de águila para elevar las peticiones al cielo, mediante el fuego, a la vez que hacía determinados movimientos con las mismas en forma de espiral ascendente, para posteriormente enviarlo hacia los participantes como medio de sanación y salud. Un ritual sagrado del fuego que sería realizado en otras tantas ocasiones durante la Ceremonia.

Acto seguido, el jefe chamán que acababa de ofrendar al fuego, sacó un sobre con tabaco natural, especial para fumar en este tipo de ceremonias, y empezó a liar un cigarro de medianas proporciones (similar a un puro habano) con una hoja de mazorca, adaptada a tal fin. Mientras tanto, otros de los ayudantes de los jefes chamanes, iban alimentando el fuego constantemente, cuidando de que se respetase en todo momento la figura de la media luna realizada con la arena en el centro del Tipi.

Mientras esto sucedía, otro ayudante del chamán, iba pasando por cada asistente una rama de salvia, a fin de realizar la limpieza energética de cada uno con la misma, tras lo cual, nos era entregado un trozo de hoja seca de mazorca (de unos 15 x 15 cm.) en la que tendríamos que liar el tabaco que posteriormente nos sería entregado a cada uno por el mismo ayudante. Mientras esperábamos el turno para recibir el tabaco, observé como todos los presentes, mojaban la hoja de mazorca con la saliva, a fin de ir adaptándola a la forma que posteriormente adquiriría el cigarro.

Cuando ya todos tuvimos el tabaco liado convenientemente en la hoja de mazorca en forma de cigarro, uno de los ayudantes de la Ceremonia, tomó del fuego sagrado un trozo de leño ardiendo, y lo fue pasando uno a uno por todos los asistentes, a fin de encender el cigarro de tabaco que acabábamos de liar.

Inmediatamente, el Jefe de la Ceremonia, extrajo de sus bártulos una especie de vara, con algunas plumas de rapaces colgando de uno de sus extremos, así como una especie de maraca o sonajero. Todos ellos, instrumentos sagrados, a los que habría que mostrar nuestro respeto en cada ocasión que llegase hasta cualquiera de los asistentes, puesto que esa iba a ser una circunstancia que se repetiría durante todo el tiempo que durase la ceremonia.

El Jefe chamán de la Ceremonia, asintió con la cabeza, mientras dirigía su mirada al encargado de hacer sonar el tambor sagrado, quien se encontraba a su lado derecho; una situación que se repetiría en cada ocasión en que dos asistentes decidieran intervenir.

El tambor sagrado empezó a sonar, mediante el continuo repicar del palillo que se usa a tal efecto. Era un sonido repetitivo, constante, de unos 180 golpes por minuto aproximadamente. Segundos después de sonar el tambor, lo hacía también el sonajero que sustentaba el Jefe chaman, marcando un ritmo que se fundía con el del tambor. No transcurriendo más de cinco segundos cuando se escucha la voz del Jefe chamán, realizando un cántico sagrado, el cántico que daba apertura a la Sagrada Ceremonia.

En ese instante me creí ver en otro espacio tiempo; a pesar de ser la primera vez que participaba en una Ceremonia como esta, mi alma estaba convencida de que no era la primera vez, y hasta me atrevería a decir que entendía todo lo que estaba ocurriendo ante mí.

Cuando el Jefe chaman de la Ceremonia terminó el cántico sagrado, se dio comienzo a las distintas exposiciones que cada cual quisiera hacer, sin tener limitado el tiempo de la palabra (asunto que en algunos casos me pareció desacertado), y en esta primera ocasión, mientras siguieran con el cigarro encendido y fumándolo.

Tras las diferentes exposiciones, se procedió a recoger los restos (colillas) de los cigarros que no se habían consumido por completo, para depositarlos posteriormente como ofrenda al sagrado fuego.

Ahora llegaría la parte de la Ceremonia que estaba esperando; ¡por fin se iba a llevar a cabo la toma del Peyote!

Habían transcurrido unas dos horas desde que iniciamos la Ceremonia, y en ese momento era cuando tocaba tomar la medicina. Para ello, los ayudantes del Jefe chamán, fueron pasando a cada asistente (siempre siguiendo el orden del círculo, de izquierda a derecha) un tarro en el cual había polvo del cactus Peyote, así como el cesto con todos los cactus peyotes que habrían de ser consumidos por los asistentes.

El anfitrión del evento, Javier, ya me había avisado de que era mejor ir de mayor a menor en la toma del Peyote, es decir, primero tomar dos cactus enteros, por ejemplo, y después ir disminuyendo en las siguientes tomas, puesto que serían un total de cuatro tomas durante toda la Ceremonia.

Cuando llegó hasta mí el tarro con el polvo del Peyote, lo tome tal como me indicaron, introduciéndome en la boca una cantidad equivalente a una cucharada sopera… ¡Aggg… era insoportable el amargor! Entonces me dicen que es así para ir acostumbrando el gusto al cactus del Peyote que viene a continuación… —¿más amargo aún?, me dije para mí.

Llegó hasta mí la cesta cargada con todos los cactus de la medicina. Los miré y escogí los dos que me parecieron más apropiados en tamaño. A continuación, tal como vi realizar a los Jefes chamanes y siguiendo las indicaciones previas de Javier, procedí a colocar los dos peyotes en la parte frontal de mi cabeza, ojos, oídos, boca, manos, pecho, rodillas, pies… solicitándole su benevolencia conmigo.

Una vez hube realizado la solicitud al abuelo Peyote, tomé el primero de ellos y procedí a ir quitándole las espinas y demás protuberancias que creí conveniente. ¡Y ahí va el primer mordisco…!

La verdad es que en principio no resultó ser tan amargo como esperaba, es más, hasta me pareció que no era tan desagradable al gusto. Una sensación que se iría disipando durante el resto de la noche…

Acabé de comerme completamente los dos cactus del Peyote, y me quedé expectante, como esperando ver algo inesperado…

Nada más acabar de pasar la primera ronda, en el consumo de la medicina, el responsable de hacer sonar el tambor sagrado, se dispuso a tocarlo, junto con otro miembro del grupo de ayudantes del Jefe chamán. A partir de ahora, el tambor junto con la vara y el sonajero, irían pasando en círculos, siempre de izquierda a derecha, por todos y cada uno de los asistentes, a fin de que cada cual pudiese realizar su cántico, utilizando el tambor y el sonajero.

Cuando el tambor junto a la vara y el sonajero, llegaba hasta un asistente, éste debía realizar una reverencia ante los mismos y elegir cuál de ellos deseaba utilizar en el cantico. En el caso que no se desease participar cantando ni tocando el tambor, el sujeto en cuestión, debía ceder su asiento al responsable de tocar el tambor, para que éste lo tocase en su nombre. Esta situación se produjo en muchos casos, al tratarse bien de cánticos que se desconocían, bien por vergüenza o por saberse mal cantante, algo que en mi opinión no le importó a más de uno. Yo preferí pasar mi turno de cantos, por la sencilla razón de que desconocía el ritual, y prefería mostrar mi respeto a hacer el ridículo.

Y así fue pasando el tiempo. Ya había pasado otras dos horas cuando de nuevo, los ayudantes del Jefe de la Ceremonia, vuelven a traer el tarro con el polvo de peyote y la cesta con la medicina.

Yo no sabía decir si ya se me habían empezado a manifestar los efectos del abuelo Peyote, pero lo cierto es que creía que no me estaba haciendo ningún efecto. Así que cuando me pusieron ante mí el tarro con el polvo del Peyote (esta vez sí que me pareció aún mucho más amargo), me volví a introducir en la boca otra cantidad equivalente a una cucharada sopera… ¡Puaggg… que mal sabía, por Dios! Y ahí va… la medicina. En esta ocasión sólo tomé un cactus del Peyote, haciendo caso a la recomendación de Javier.

Volví a repetir el ritual de poner el peyote en mi cabeza, ojos, oídos, boca, manos, etc. y solicitar su benevolencia. Esta vez lo mordí sin limpiar nada más. Pensé que quizás no me estaba surtiendo efecto porque, sin saberlo, le podía haber quitado algo de la piel, imprescindible para sentir los efectos psicodélicos… ¡Qué equivocado estaba…!

Ya no era muy consciente del transcurso del tiempo, sólo sabía que todo se me estaba haciendo muy largo… y lo que era peor: varios asistentes de mi alrededor, ya habían empezado a vomitar en el suelo, delante de todos, lo que propició que yo también empezase a sentir náuseas… ¡Uff, que mal se está poniendo esto, me dije a mi mismo!

Mientras tanto, seguían realizándose los cánticos y el sonar incesante del tambor junto a las maracas o sonajeros; los servidores del sagrado fuego vigilaban y alimentaban el mismo continuamente, aportando nuevos troncos de leña que apilaban metódicamente uno sobre otro, formando una punta de flecha, a la vez que esparcían y recogían los tizones ya consumidos, formando la figura de la media luna que les marcaba la arena del altar.

Nadie podía abandonar el Tipi mientras se estuviese realizando cualquier ritual, ya fuese por parte del Jefe Chamán como por cualquiera de los presentes, inclusive cuando alguien cantaba o sonaba el tambor. Nadie en absoluto podía salir del interior del Tipi, exceptuando el momento en que cesaban los cánticos y el tambor, para pasar a otro asistente. En ese momento sí estaba permitido salir del Tipi a hacer las necesidades biológicas pertinentes, pero sólo por el tiempo justo que durase dichas necesidades.

¡Esa era mi oportunidad!, dije para mí. Así que, en cuanto dejó de sonar el tambor, salí raudo al exterior del Tipi… ¡ya no podía aguantar más…! Así que me alejé unos metros y detrás de lo que parecían ser las letrinas, devolví lo poco que quedaba en mi estómago. Tal como me dijese posteriormente Javier, ¡me alivié!, expresión que se utiliza en esos casos, cuando el Peyote te hace vomitar. Aún me encontraba “aliviándome”, cuando uno de los ayudantes del Jefe chamán, viene en mi búsqueda y me dice que me dé prisa, que me están esperando… que tienen que continuar la Ceremonia y tengo que estar allí. En fin… tuve que entrar de nuevo “medio aliviado”.

A partir de ese momento ya todo me resultaba algo confuso, quizás por eso es posible que me deje alguna cosa en el tintero, aunque creo que lo más importante queda recogido.

Recuerdo que el Jefe chamán de la Ceremonia, estuvo hablando durante un largo rato… y lamento no poder transcribir lo que dijo, pues no hablaba español, pero intuí que se refería a los tiempos actuales, y a las tradiciones de los nativos americanos, las cuales estábamos realizando y transmitiendo en aquella ceremonia.

El Jefe chamán responsable del fuego sagrado, se levantó y llevó a cabo otros rituales más, ofreciéndole al abuelo fuego una serie de hierbas sagradas, a la vez que extendía su benevolencia hacia todos los presentes, utilizando para ello una serie de plumas de águila, a la vez que le seguían con ello una gran parte de miembros que extrajeron sus propias plumas de rapaces, que llevaban consigo. Había llegado el momento del ritual sagrado de consagración de las plumas.

Las plumas de águila o de rapaces, tienen mucha importancia en todas las ceremonias chamánicas, por ello, el tipo de pluma que se va a utilizar en cada ritual, indicará el grado o posición social de quien la porta. Así mismo, son consideradas como el mensajero entre la Tierra y el Cielo. Por lo tanto, no fue extraño observar como el Jefe chamán utilizaba las plumas para elevar las peticiones al cielo, a través del sagrado fuego, mediante una serie de movimientos en forma de espiral ascendente y las palabras que debían llegar hasta el Gran Espíritu o Wakan Tanka, que es como se le denomina.

 Otro miembro ayudante del Jefe chamán, encendió un cigarro que previamente había liado con la hoja de la mazorca, a fin de proceder a hablar. Tal como me iría dando cuenta, este ritual era llevado a cabo siempre que alguien quería hablar. Como es de imaginar, aunque yo hubiese querido hablar, mi cuerpo no estaba para fumar nada más, así que apenas dejé salir algún grito lastimero por la situación por la que estaban pasando mis doloridas nalgas.

Y llegó la tercera ronda… ahora ya no soy capaz de recordar apenas nada de esos minutos. Supongo que sucedió como en las anteriores veces, hasta que me llegó el turno de tomar el polvo de Peyote… ¡Aggg… ni siquiera puedo recordarlo sin sentir náuseas…!

—¡No, por favor, ya no puedo más… paso! Hice la correspondiente reverencia al polvo y al cactus del Peyote y le pasé la cesta y el tarro a mi compañero de la izquierda, una especie de armario de 2×2 (sin ánimo de ofender y dicho con todo cariño), quien al parecer estaba muy ducho en estos asuntos, y que imagino que en su interior se estaba divirtiendo a mi costa, al ver mi cara descompuesta y mi estado anímico. Ahí se acabó mi toma del Peyote. Todo lo que sigue, se quedó en mi memoria como una nebulosa.

La Ceremonia se fue realizando tal como estaba previsto, y en mi defensa sólo puedo decir que no fui el único que limitó su toma a tres cactus del Peyote, hubo quien sólo tomo medio y estuvo “aliviándose” toda la noche. Por lo general, con uno o dos cactus de la medicina ya es suficiente, así que yo estaba en el promedio aceptable. De todas formas, tampoco había suficiente medicina para todos (o eso me pareció a mí), en el supuesto caso de que hubiesen querido repetir en las cuatro tomas. Creo que sólo fueron los más experimentados en este tipo de ceremonial los que consiguieron tomar Peyote en las cuatro tomas. Tampoco fui el único que salió del Tipi a “aliviarse”, incluso el armario de 2×2 también lo hizo, aunque él fue casi al final, pero lo tenía que decir, no crea el lector que yo fui el único que se “alivió”, al final creo que lo hicieron muchas más personas de lo que parecía.

Los cánticos y el sonar del tambor y los sonajeros se escuchaban continuamente. Cada cierto tiempo, alguno de los jefes chamanes realizaba un nuevo ritual dedicado a los cuatro elementos: fuego (Ninamama), tierra (Pachamama), aire (Wayrayaya)… sí, faltaba el agua (Yacumama).

Aún no se había realizado el ritual sagrado del elemento del agua, y como si la Naturaleza quisiera participar en la Ceremonia, empezó a llover… ¡qué digo llover, aquello parecía un diluvio!

Para la mayoría de los asistentes, aquel chaparrón inesperado les pareció una bendición, decían que la lluvia los había escuchado, que el universo ha recibido complacido las ofrendas que se han hecho en la Ceremonia, ha escuchado nuestras intenciones y en respuesta nos envía a “Yacumamita”, apelativo cariñoso que recibe el agua, en señal de aceptación y purificación. Yo también pensé lo mismo, aunque en otro sentido, y llegué a pensar si alguien no se habría equivocado de canción. El caso es que si me faltaba algo para completar mi experiencia, aquel chaparrón, con rayos y truenos incluidos, era la perfecta guinda del pastel. Sí, ya sé que parece que esté tratando este capítulo con cierto humor, pero si no podemos tomar estos percances con humor ¿qué nos queda?

En realidad, si se hubiese querido hacer así, no se podría haber hecho de otra manera más perfecta: la lluvia, el agua o Yacumama, llegó justo cuando le tocaba hacer el ritual sagrado del elemento del agua.

Ya había empezado a amanecer, Inti (el Sol) hizo su aparición y con él, nos abandonó la lluvia. Ya sólo quedaba la parte final de la Ceremonia. Esta parte me pareció excesivamente tediosa, sobre todo porque tenían que hablar los distintos responsables de cada parte de la Ceremonia y, como dije al principio, no existe limitación de tiempo en la palabra, es decir, que si el responsable de hacer sonar el tambor quiere estar dos horas hablando sin parar de lo mismo, lo puede hacer tranquilamente, que nadie le va a decir nada. Y claro, eso es precisamente lo que ocurrió. Quitando el exceso tiempo que se otorgó a esta parte de la Ceremonia, todo me pareció bien, pues aunque para mí supuso un esfuerzo extra, valió la pena poder conocer de primera mano esta experiencia.

Después de que el responsable del fuego, el del tambor, la mujer medicina y algún que otro asistente más, diesen sus disertaciones, se procedió a llevar a cabo el ritual sagrado del elemento agua, para lo que la mujer medicina fue pasando uno a uno, el puchero con el agua bendecida que todos deberíamos tomar con la ayuda del pequeño cubilete.

Ya sólo restaba hacer la despedida por parte del Jefe de la Ceremonia, por lo que se procedió a dar la palabra a los asistentes que tuvieran algo que decir o hacer. En este caso, el anfitrión del evento, Javier González, hizo traer unas magníficas y bellas plumas de aves rapaces, que fue entregando a cada uno de los miembros que habían participado ayudando en la Ceremonia, así como al propio Jefe chamán de la misma.

Tras las variadas exposiciones, despedidas y agradecimientos por parte de los encargados de los diferentes rituales sagrados que se llevaron a cabo durante la Ceremonia, se procedió a realizar el homenaje a la Pachamama (Madre Tierra), así como ofrecer también al fuego sagrado todos los restos o colillas que habían sido recogidos durante la noche y que no se habían consumido por completo. A continuación se nos ofreció a todos los presentes una nueva toma de agua bendecida, además de una selección de varios alimentos, sobre todo de origen vegetal.

Mis doloridas nalgas, así como el hecho de que tenía que viajar de regreso a Barcelona en las próximas horas, me obligaban a despedirme ya de los asistentes, no sin antes agradecerles efusivamente la atención que habían tenido conmigo.

Tras recibir la bendición del Jefe chamán de la Ceremonia, así como del fuego sagrado, di por terminada mi experiencia en la Ceremonia Sagrada de Sanación del Peyote, aunque tengo mis dudas de si todo se acabó allí.

Sí, ya sé, se preguntará el lector… si no tuve una experiencia de tipo alucinógena… Pues no. Yo personalmente no tuve esa experiencia, aunque sí puedo atestiguar que otras personas que se encontraban conmigo la tuvieron, pudiéndose confirmar días después pero, en cambio, sí obtuve algo que el abuelo Peyote dejó en mí.

La medicina estuvo haciendo su trabajo en mi cuerpo, tal como me indicó Javier, y espero que siga haciéndolo, por lo menos hasta que me sienta restablecido del todo, o desaparezcan las molestias que me aquejan. Quizás necesite más medicina. Aunque eso, el tiempo lo dirá.

© José Luis Giménez – 2013

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