LA CRUZADA CONTRA LOS CÁTAROS O ALBIGENSES

Mural pintado en la Cité de Carcassonne, conmemorando la cruzada contra los cátaros. Fotografía del autor

Tras el Concilio de Letrán III, y a pesar de las persecuciones y duras condenas de que son objeto los herejes cátaros, el catarismo continúa expandiéndose por todo el Midi francés. Cada vez son menos los cristianos católicos que bautizaban a sus hijos y en un gran número de poblaciones se negaban a pagar el obligado diezmo a la Iglesia Católica. El clero católico ya apenas tenía credibilidad ante las gentes que veían como sus representantes eclesiásticos nadaban en la opulencia, demostrando un comportamiento mundano y corrupto.

En 1198, es elegido Papa el cardenal Lotario dei Conti di Segni, quien accedería al pontificado con el nombre de Inocencio III. Acostumbrado a resolver los conflictos por la fuerza, Inocencio III, lanzaría el mayor ataque bélico conocido hasta entonces contra los herejes: la cruzada contra los cátaros o albigenses. Una cruzada cristiana contra cristianos.

La primera disposición que lleva a cabo Inocencio III nada más subir al trono, es la de excomulgar a todos los albigenses. Pero no conforme con ello y a fin de asegurarse que fuesen acosados, amenaza con excomulgar también a todo aquél que rehusase perseguirlos, lo que obligaría a todo católico a convertirse en perseguidor de herejes cátaros, so pena de ser excomulgado.

Cinco años más tarde, en el 1203, Inocencio III, recurre a los monjes cistercienses, con el fin de combatir a los herejes cátaros. A tal fin, nombra legados papales a Raoul de Fontfroide y a Pierre de Castelnau, ambos pertenecientes a la abadía de Fontfroide, sita en Narbonne. Mas tarde, se les uniría Arnaud Amaury, abad de Citeaux (la casa matriz del Cister), quien llegaría a ser el jefe espiritual de la cruzada y uno de los personajes más crueles y sanguinarios durante la cruzada contra los cátaros.

Los tres legados papales llevan a cabo una cierta depuración en el clero católico occitano, con la idea de que las gentes viesen en esta acción un cambio positivo en la Iglesia. Sin embargo, no consiguen ser escuchados por el pueblo, ya que siguen viendo en estos representantes de la Iglesia Católica toda la pomposidad, suntuosidad y corrupción de que hacían gala, por lo que fracasan estrepitosamente en la misión que el Papa les había encomendado.

Ante el fracaso sufrido, acuden a la nobleza en busca de ayuda, intentando que ésta se comprometa con la Iglesia Católica en la extirpación de la herejía cátara. A pesar de que el rey Pedro el católico, II de Aragón y I de Cataluña, era vasallo del Papa, se daba la circunstancia de que una parte de las tierras de Occitania y del Languedoc, donde se había fomentado la herejía cátara, rendía vasallaje al rey Pedro, lo que motivo que sus vasallos, entre los que se encontraban el vizconde de Béziers y Carcassonne, Raymond Roger de Trencavel, y el conde Raymond Roger de Foix, se acogiesen a la protección del rey Catalano-Aragonés. Esta situación impediría que, de momento, no se hiciera uso de las armas en su contra. Otro de los principales nobles, como era el conde Raymond VI de Toulouse (cuyos dominios y poder era similar a los del propio rey Felipe II Augusto de Francia, a quien rendía vasallaje), también se negó a acudir en auxilio de los legados papales, por lo que el rey francés tampoco quiso complicarse, ignorando la petición papal.

En 1205 aparecería por primera vez la figura de un personaje que iba a tener mucho que ver en las cruzadas contra los cátaros y la posterior creación de la Santa Inquisición. Se trataría del monje Domingo de Guzmán. Domingo, viajaba por las tierras occitanas y el Languedoc acompañando al obispo de Osma, Diego de Acevedo, quien se dirigía a Dinamarca y a Roma, para concertar las bodas del príncipe Fernando. Durante dichos viajes, Domingo, llegó a conocer por si mismo los estragos que la herejía albigense estaba causando en la Iglesia Católica. Cuando tuvo la ocasión de entrevistarse personalmente con los tres legados papales que habían fracasado en la misión encomendada por el Papa, les recriminó su comportamiento, ya que mientras que ellos intentaban predicar a los fieles, cargados de suntuosidad, siendo acompañados inclusive por sirvientes, los Perfectos cátaros, lo hacían demostrando una total humildad que los llevaba a caminar descalzos. Un ejemplo de humildad que estaba más cerca del mensaje de Jesús que del ejemplo que daban los clérigos católicos de opulencia y corrupción.

Al año siguiente, en 1206, Domingo de Guzmán se entrevistará con el Papa Inocencio III, llegando a un acuerdo por el que se establecería en Languedoc como predicador entre los cátaros. Domingo predicaba descalzo, dormía al raso y se sustentaba de las limosnas que pedía, emulando el comportamiento de los Perfectos cátaros, lo que le valió conseguir algunas conversiones. Pero, a pesar de los pequeños logros conseguidos por Domingo de Guzmán, la herejía cátara continuaba su avance imparable. Las gentes ya no creen en los monjes cistercienses ni en los sacerdotes católicos, por lo que se intentará un último esfuerzo por comprometer a la nobleza en la erradicación de la herejía cátara.

Pierre de Castelnau, legado papal, instará al conde Raymond VI de Toulouse a que ponga fin a la herejía cátara; pero el conde de Toulouse no atiende a la solicitud del legado papal, por lo que Pierre de Castelnau procede a excomulgar de inmediato a Raymond VI, a la vez que libera a sus vasallos de las obligaciones que éstos tuviesen contraídas con el conde. Lo maldice públicamente y manifiesta su aprobación para todo aquél que desposeyera al conde de sus bienes, otorgándole su bendición a quien incluso llegase a matar al conde.

Como era de esperar, la situación provocada por el legado papal Pierre de Castelnau, agravaría las ya maltrechas relaciones entre el conde de Toulouse y la Iglesia de Roma, llegando a provocar una ruptura que aunque no llegó a ser definitiva en un primer momento, fue el fulminante que haría disparar los posteriores acontecimientos.

La estratagema del legado papal dejó al conde en una difícil situación ante sus vasallos, lo que obligó a Raymond VI a llegar a un acuerdo con Pierre de Castelnau, comprometiéndose a perseguir a los herejes cátaros. Esta aceptación por parte del conde de Toulouse, le valió que la excomunión le fuera perdonada.

Por otro lado, el descrédito que años antes habían sembrado los clérigos católicos por todas las tierras de Occitania y el Languedoc, ahora iban a pasarle factura a Domingo de Guzmán, quien sufriría en sus propias carnes el desprecio y el maltrato de las gentes, ya que frecuentemente era insultado y apedreado por los lugareños de las ciudades por las que pasaba predicando, debido a que los fieles ya no pueden creer en la sinceridad de un clérigo católico. Esta situación hace cambiar el pensamiento de Domingo de Guzmán, quien llegaría a decir:

«Donde no vale la bendición prevalecerá la estaca. Excitaremos contra vosotros a príncipes y prelados, y estos convocarán a naciones y pueblos». (Citado en la revista El Abraxas gnóstico, 3-10)

Las palabras de Domingo de Guzmán iban a convertirse pronto en una cruel realidad.

Después de transcurridos varios meses desde que el conde de Toulouse diese su palabra a Pierre de Castelnau, de perseguir y exterminar a los herejes, sin que realmente hubiese hecho nada por cumplirla, fue acusado de nuevo por la propia Iglesia de Roma de haberse apropiado de bienes de la Iglesia; de haber agraviado a sus obispos y abades, concediendo cargos públicos a los judíos y lo que era inadmisible: haber protegido a los cátaros; hecho que provocó una nueva excomunión. En esta ocasión, sería el mismo Papa Inocencio III quien alentaría a que cualquiera pudiese apropiarse de los bienes del conde de Toulouse, incitando a los vasallos del conde a desobedecer las órdenes de éste.

La situación del conde de Toulouse cada vez era más complicada, por lo que se vio obligado, una vez más, a intentar otro acercamiento hacía la Iglesia de Roma.

El conde Raymond VI invitó al legado papal Pierre de Castelnau, a que acudiese a su palacio de Saint-Gilles du Gard (población cercana a Arles), con la idea de alcanzar algún tipo de pacto. Después de varios días de discusiones entre el legado papal y el conde, sin que fuese posible alcanzar ningún acuerdo, a mediados de enero del año 1208, Pierre de Castelnau, abandona el castillo acompañado de su séquito, con la idea de dirigirse a Roma, a fin de informar personalmente al Papa Inocencio III de lo ocurrido. El 15 de enero de 1208, iba a producirse un hecho trascendental que serviría de excusa, para dar comienzo a la cruzada contra los cátaros.

Efectivamente, a primera hora de la mañana del 15 de enero de 1208, Pierre de Castelnau tiene que atravesar el río Ródano, para lo cual, se dirige hasta el embarcadero de Arles. Mientras se encuentra esperando a la barcaza que tendría que cruzarlo hasta la otra orilla, aparecen un grupo de jinetes que les impiden el paso. Uno de los jinetes ataca directamente a Pierre de Castelnau y le clava la lanza en la espalda, dejándolo tan mal herido, que muere desangrado pocas horas después.

Esta circunstancia es aprovechada por el Papa Inocencio III para acusar al conde Raymond VI de Toulouse de ser el responsable del asesinato de Pierre de Castelnau. Ahora Inocencio III tenía la excusa perfecta para convocar una cruzada contra el conde protector de los herejes, puesto que, según se dijo, en las discusiones mantenidas entre el legado papal y el conde Raymond VI, este último llegaría a proferir amenazas contra Pierre de Castelnau, al negarse el legado papal a retirar la excomunión del conde, hecho que lo convertía en el principal sospechoso.

Aun cuando no existía prueba alguna de la culpabilidad de Raymond en la muerte del legado papal, ya que ni siquiera fue juzgado por tribunal alguno, el Papa Inocencio III, ve en esta circunstancia una oportunidad única para que el rey Felipe II Augusto de Francia se decidiera por fin a empuñar las armas contra los nobles del Languedoc que protegían a los herejes. Ahora había llegado el momento de acabar de una vez por todas con la herejía cátara y, de paso, eliminar las reticencias que hasta entonces había encontrado la Iglesia Católica entre los nobles occitanos y del languedoc. Para ello, el Papa Inocencio III convoca una cruzada contra los albigenses. Con esta acción bélica, sería la primera vez que un Papa convoca una cruzada de cristianos contra otros cristianos: hermanos en la misma fe.

A fin de conseguir el máximo de participantes en la cruzada, el Papa otorgaba una serie de indulgencias y bienes materiales a quienes participasen en las mismas. Así, entre las condiciones más destacadas, que daban derecho a percibir dichos bienes materiales e indulgencias, estaban las que hacían referencia al tiempo de permanencia en las mismas, y que consistía en que, el cruzado, debería de permanecer por un espacio de tiempo no inferior a cuarenta días (conocido como la cuarentena), tras los cuales, quedaba autorizado a regresar a su domicilio, entendiéndose que había cumplido con su obligación.

La primera intervención bélica de la cruzada tendría lugar en el año de 1209, con el ataque a la ciudad de Beziers, donde se llevaría a cabo una gran carnicería. Las convocatorias para la cruzada contra los herejes cátaros se fueron repitiendo paulatinamente, hasta llegar a la fecha de 1229 en que la persecución de los herejes por parte de los cruzados daría paso a otra institución, si cabe, mucho más cruel: la Santa Inquisición.

Más información: «El Triunfo de María Magdalena – Jaque mate a la Inquisición».

© 2006 José Luis Giménez

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