LA INFLUENCIA Y LA ESTUPIDEZ

La célebre frase: “Hay dos cosas que son infinitas: el universo y la estupidez humana; pero de lo primero no estoy seguro”, atribuida erróneamente a Albert Einstein, recoge de forma muy explícita la naturaleza humana.

Y es que parecería que, el “Rey de la Creación”, en realidad es un proyecto inacabado o un ser estúpido por naturaleza. Y veremos el porqué de mi suposición.

Se suele afirmar por la Filosofía y por una parte de la Ciencia, que la Naturaleza es muy sabia y que no hace nada al azar. Incluso se llega a decir que el ser humano es la expresión máxima de la Creación, aunque con ciertas limitaciones. Y en este apartado de limitaciones entrarían un sinfín de defectos, de carencias o incluso de configuración.

En la Naturaleza tenemos varios ejemplos de animales que, según su forma de actuar, nos parecen que son estúpidos o carentes de las habilidades mínimas necesarias para sobrevivir en un mundo gobernado por la fuerza del más poderoso o agresivo. Tenemos algunos ejemplos, como el avestruz, que esconde la cabeza bajo tierra para no ver el peligro, creyendo que, al no verlo, tampoco lo verán a él y se librará de ser atacado. O el ave dodo, conocido vulgarmente como pájaro bobo, llamado así por su manera natural de ser, que le ha valido su extinción desde el siglo XVII.

En la sociedad humana sucede otro tanto. Están los más fuertes o poderosos, tanto a nivel financiero como socialmente; y los que necesitan ser dirigidos hasta para ir al baño. En ambos casos, la estupidez forma parte de su naturaleza, sólo que, en los primeros, apenas resulta evidente, mientras que, en los otros, forma parte de su ADN (metafóricamente hablando).

Y ahora viene la pregunta que estabas esperando leer:

¿Quiénes son los más fuertes o poderosos…?

La respuesta es sencilla y evidente: En primer lugar, aquellos que poseen el poder del dinero y en segundo lugar, aquellos que tienen la capacidad de influir en los demás, a los que en la actualidad se les conoce como “influencers”, un anglicismo mayoritaria-mente aceptado para referirse a personas con muchos seguidores en las redes sociales y que tienen una considerable influencia en el consumo de toda clase de elementos cotidianos y específicos, como el cuidado personal, la moda, la música, la comida, la preparación física o los viajes, entre otras actividades.

Y es en los segundos, los influencers y sus seguidores, en los que a partir de ahora me voy a centrar.

A pesar de que los influencers parecen ser una consecuencia de las redes sociales actuales, en realidad, tienen una larga trayectoria dentro del “marketing” (otro angli-cismo instaurado hace ya tiempo en el idioma español, que viene a significar el estudio de mercado), pues desde hace varios años atrás, las empresas utilizaban a perso-najes famosos y atractivos, para promocionar sus productos y así aumentar sus ventas a través de anuncios de radio y televisión.

Sin embargo, el auge actual de las redes sociales ha permitido que cualquier persona pueda ser influencer. No importa si no se es famoso, ni experto en lo que se anuncia, ni siquiera si posee conocimientos contrastados sobre el tema que trata; lo que ahora parece ser que funciona es el “show”, otro anglicismo que es utilizado para hacer referencia a un espectáculo o exhibición. Así, aquellos influencers que son capaces de llamar la atención de un público anodino y bobo, no tendrán dificultad alguna para hacerse con unos cuantos miles de seguidores, puesto que la mediocridad y estupidez abunda, lo que les asegurará disponer de unos importantes ingresos económicos que, en algunos casos, pueden llegar a ser millonarios.

Y no culpo a todos los influencers de hacer lo que hacen, pues es una actividad que, al margen de que hay algunos influencers en los que moralmente no es justificable el engaño o la manipulación que realizan para obtener unos ingresos que les permita su sostenimiento vital, requiere de un cierto esfuerzo y dedicación a aquellos que su intención no es engañar o manipular, sino la de informar objetivamente, que, aunque pocos, también los hay.

Como dijo un tal M. Rajoy: “un vaso es un vaso y un plato es un plato”. Esta frase que parece obvia y absurda a la vez, dependiendo del contexto donde se diga, adquiere un sentido muy diferente. De hecho, es como si se dice que no importa la calidad del voto, sino la cantidad de votos que harán que el político de turno salga elegido. Y de ahí que resulte mucho más fácil engañar o convencer a un idiota o estúpido que a una persona inteligente, pensante, con criterio propio. Por lo que el mensaje, si se quiere ganar, debe ir dirigido al idiota, al estúpido, al bobo; que en definitiva es la mayoría.

Y ¿qué es lo que quiere escuchar el estúpido?

La respuesta también es muy sencilla: todo aquello que cualquiera desea tener de la manera más fácil, sin esfuerzos, incluyendo aquello que la Naturaleza no les ha dado. Pues piensan que la magia existe, que sólo por saber realizar el conjuro apropiado que les ha indicado su influencer favorito, ya es suficiente.

Y es así como actualmente nos encontramos invadidos por influencers llegados de todas partes y en todos los medios imaginables, anunciando toda clase de productos milagrosos, tal como hacían los buhoneros y vendedores de crecepelo del Oeste americano, o asesorando a miles de incautos de cómo deben alimentarse, cuidarse física y mentalmente o de qué manera deben vestir o cómo tatuar su piel para poder estar a la moda. Toda una legión de influencers para una mayor legión de idiotas sin criterio personal, que necesitan que les digan cómo deben vestir, comer o cuando ir al baño.

La culpa no es toda de los influencers, como ya dije, ellos se ganan la vida así. Algunos incluso honestamente. Los medios, las compañías de televisión, cinematográficas, discográficas, etc., requieren que la persona a la que vayan a contratar para presentar un programa de radio o televisión, o para interpretar un papel, o un personaje de película o grabar un disco, previamente deben tener cientos de miles de seguidores en las redes sociales, ya que así se aseguran el éxito del producto que desean vender, pues al final, todo se basa en hacer negocio o como ahora se dice “business”, otro anglicismo puesto de moda.

Y uno duda de la capacidad del ser humano para discernir entre lo auténtico y lo falso, entre el bulo y la verdad, entre la honestidad y la estafa.

No creo que se identifiquen ni se enfaden los que hayan leído este artículo, pues suelo escribir para personas inteligentes y con criterio propio, por lo que, en caso de haber molestado a alguien, humildemente le pido disculpas.

© 2024 José Luis Giménez

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