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                                                                                                SINOPSIS

Desde tiempos inmemoriales, se ha tenido conocimiento de hechos relevantes, protagonizados por misteriosos personajes que han cambiado el curso de la Historia o, cuanto menos, han influido en un cambio sustancial de los aspectos morales de la sociedad.

Algunos de estos misteriosos personajes han llegado a ser considerados como grandes maestros o guías espirituales de la humanidad. Habiendo conseguido este estatus a través de estudios y transformaciones alquímicas. Tal sería el caso del Conde de Saint Germain, -por poner un ejemplo- si bien, no sería el único personaje que habría intervenido de una manera decisiva en la elevación espiritual y en la consciencia humana a través de la alquimia.

Según las diversas fuentes que hoy día pueden ser consultadas, y a pesar de que no existe una seguridad absoluta de su total veracidad, lo cierto es que concurre una general aceptación de que el misterioso y enigmático personaje del Conde de Saint Germain, habría nacido un 26 de mayo de 1696 en un castillo de los Montes Cárpatos.

Otros misteriosos personajes también intervendrían en los hechos más relevantes de la Historia, sin que la mayoría de los mortales llegasen a conocer siquiera sus verdaderos nombres.

Esta sería la historia de uno de dichos personajes: un galeno y alquimista. Personaje enigmático y misterioso, cuya existencia física iría más allá de lo natural y comúnmente aceptado. Alguien, a quien se le atribuirían facultades asombrosas e increíbles, siendo reconocido dentro de los círculos del poder establecido como: el inmortal de Venecia.

Capítulo I

El viaje

 

Hay momentos en la vida en que todo parece ponerse en nuestra contra. Los mejores proyectos y las mayores ilusiones pueden dar al traste con tanta facilidad, como el viento cambiar de dirección.

Ahora me encontraba en uno de esos momentos, en que no sabía que actitud tomar: si rebelarme ante la injusticia de la cual había sido objeto, o intentar olvidarme del asunto y sacar lo poco o mucho que de positivo me ofreciese aquella situación.

Por mi temperamento, era consciente que no me podría olvidar de la situación fácilmente, pero mantenerme impasible ante lo sucedido sería aún mucho peor. Así que, después de sopesar los posibles beneficios y las inconveniencias de presentar batalla en los juzgados, acabé recordando una célebre maldición gitana que reza: “pleitos tengas y los ganes” (en referencia a que, incluso ganando el pleito, los inconvenientes son tantos… que es preferible olvidarse de acudir a juicio). Por lo que decidí que lo mejor sería alejarme por un tiempo de toda actividad y dedicarme a mí mismo; a descansar, puesto que hacía tiempo que no me había tomado unas merecidas vacaciones y, sin duda, ahora había llegado el momento propicio de hacerlo. Este sería el lado positivo de todo lo acontecido, por lo que, decididamente, opté por tomarme un merecido descanso o, cuando menos, escapar de la presión y el estrés cotidiano al que me veía sometido.

Había recibido por e-mail una oferta de viajes a varios lugares y, en esta ocasión, no dudé en que por fin había llegado el momento de visitar Venecia. Esta sería la primera vez que visitaría la afamada isla de los canales: un viaje turístico, de placer… donde podría olvidarme de los inconvenientes sufridos y disfrutar de los encantos de la isla del Adriático –me dije para mí.

Como era mi costumbre, empecé por planificar concienzudamente todo el itinerario que iba a realizar: desde la salida de mi domicilio, a una hora prudencial, sopesando cualquier posible eventualidad que me impidiese embarcar a tiempo en el avión; al desplazamiento desde el aeropuerto de Marco Polo en Venecia, y que me llevaría hasta el hotel al cual había reservado mi habitación: un palacete del siglo XVII, ubicado en las proximidades de la célebre Plazza San Marco.

Quizá pecase de ser una persona escrupulosamente metódica, analítica y meticulosa hasta extremos insospechados… una característica asociada comúnmente al signo zodiacal de Virgo, y que, en mi caso, hubiese encajado perfectamente si no fuese porque mi signo zodiacal se correspondía con el de Libra, el cual suele presentar a los nacidos bajo dicho signo como personas equilibradas, si bien en variadas situaciones suelen mostrarse cargados de dudas, como así parecía ocurrirme en esta ocasión.

Por ese motivo, no es de extrañar que planificase todos los detalles más insignificantes a tener en cuenta durante el viaje; como evitar gastos superfluos con los “taxis acuáticos” existentes en la isla, o el inevitable paseo en góndola por los canales, al cual parecían abocados todos los turistas de Venecia. Yo lo tenía claro… utilizaría el transporte público de uso común: el autobús Actv; una combinación de transporte terrestre y marítimo, mediante el bus nº 5 y el vaporetto nº 82 (autobús fluvial) que recorría toda la isla atravesándola por el Gran Canal. Evidentemente que existían otras opciones… pero resultaban más costosas… y tampoco suponía un ahorro excesivo de tiempo en el desplazamiento. Pero, como además, no tenía prisa alguna… estaba seguro de que había planificado la mejor opción del trayecto, amén de resultar la más económica.

El vuelo XG1122, con salida de Barcelona (BCN) a las 20:05 y llegada a Venecia (VCE) a las 21:45, se había producido sin ninguna incidencia. Todo salía según lo previsto, así que me dirigí hacia la parada del autobús Actv nº 5, que se encontraba a la salida del aeropuerto Marco Polo. Calculé que llegaría a Piazzale Roma veinticinco minutos después, ya que se trataba del último lugar accesible con vehículo desde tierra firme a Venecia, para desde allí, tomar el vaporetto nº 82. Había previsto mi llegada al hotel –muy cercano a la Plazza San Marco- alrededor de las 23:00 horas. Tenía el tiempo justo para dejar el equipaje en mi habitación y salir a cenar a algún restaurante próximo que estuviese abierto a aquellas altas horas de mi primera noche en Venecia. Pero los planes no iban a cumplirse según lo previsto…

Cuando llegué a la estación del autobús fluvial en Piazzale Roma, me encontré con la primera de las sorpresas: ¡aquella noche había huelga de vaporettos!

Después de recabar toda la información de que fui capaz y tras soportar una larga espera, conseguí acceder al único vaporetto de servicios mínimos que haría el recorrido más cercano al lugar que yo necesitaba ir y que, en este caso, tendría su final de trayecto en el Ponte di Rialto. Un lugar que distaba a unos diez minutos del hotel, caminando entre las callejuelas y atravesando algunos puentes de los canales menores. Bueno, –me dije para mí- más vale esto que nada… y así, de paso, iré conociendo los pequeños canales…

Durante el trayecto, a través del Gran Canal, pude observar los imponentes edificios de estilo gótico veneciano y renacentista. Edificios que aparecían iluminados por farolas y focos de luces que, dirigidos sobre sus fachadas, anulaban la oscuridad de la noche, permitiendo observar la belleza y el encanto del que aún hoy día son poseedores, a pesar del paso del tiempo y el abandono al que algunos de ellos habían sido sometidos.

El trayecto se me hizo corto… apenas tres paradas del vaporetto y, en la que hacía cuatro, ya me encontraba frente al imponente y majestuoso Ponte di Rialto. La estampa era magnifica: un puente de piedra, iluminado completamente en todo su recorrido por farolas de estilo renacentista y moderno, formado por un único arco de medio punto que soportaba dos rampas inclinadas y unidas en un pórtico central. Una magnifica obra de ingeniería, debida al arquitecto Antonio da Ponte quien, tras varios rechazos de otros tantos proyectos presentados por eminentes arquitectos de la época, consiguió hacerse con el proyecto y construirlo sobre el Gran Canal, en el espacio de tiempo que va desde el 1588 al 1591.

Con anterioridad y desde 1181, el Ponte di Rialto había existido como un puente de madera, pero debido a diversos motivos y durante otros tantos periodos, el puente fue destruido, bien por el fuego, bien por no soportar el peso. Por lo que con la construcción del puente en piedra, éste llegaría a perdurar hasta nuestros días en un perfecto estado de conservación, a pesar de las críticas de que fuese objeto en su época, donde se dudaba de la resistencia necesaria y la duración del mismo en el tiempo, debido sobre todo a su innovado diseño. Por tanto, el Ponte di Rialto, en este momento era el más antiguo y de mayor tamaño del Gran Canal de Venecia, además de poseer una extraordinaria belleza.

Después de abandonar el vaporetto en la parada de Ponte di Rialto, no me iba a resultar complicado encontrar el camino hacia el hotel, puesto que, tal como era costumbre, en las fachadas de las casas existían letreros que indicaban las posibles direcciones a tomar –hecho que resultó ser una información muy oportuna y práctica. Tras comprobar la posible dirección, tomé la callejuela que indicaba dirección a S. Marco. Además, –tal como tenía por costumbre cuando me desplazaba a un lugar por mí desconocido- ya había tenido la previsión de hacerme con un pequeño plano de la isla, –descargándomelo de Internet- lo que sin duda me iba a facilitar el desplazamiento por la misma. Pero… “el hombre propone y Dios dispone…”

Este refrán que tantas veces me había repetido mi abuela, ahora iba a adquirir mayor sentido… yo tenía un plano, sí, pero era un plano muy general, donde se indicaban únicamente algunos nombres de las calles más importantes y donde la mayoría de las callejuelas ni siquiera aparecían representadas. Así que, cuando me quise dar cuenta, no sabía donde me encontraba. Incluso había varios letreros en sentidos opuestos que indicaban… ¡la misma dirección! ¿Cómo era posible… -dije para mí- se trata de una broma? Si los letreros indicaban sentidos opuestos para dirigirse al mismo lugar, era evidente que aquello sólo podía tener una explicación: que la calle hiciese zig-zag o tomase la forma de una circunferencia. La respuesta era mucho más simple: al tratarse de un espacio atravesado por canales acuáticos, no todas las calles podían continuar en la misma dirección sin topar con el agua y, en este caso, si no existía un pequeño puente por donde cruzar el canal, el caminante se vería obligado a dar un rodeo hasta encontrar una salida por donde continuar el sentido de la marcha, de ahí que en determinados lugares, sobre todo en los “campos” (plazas), existiesen varios letreros indicando sentidos opuestos para ir al mismo lugar.

Ahora lo tenía más claro, había estado dando vueltas… no pude evitar soltar una ligera carcajada. Pero aquella curiosa y graciosa situación, pronto iba a tomar un cariz mucho más serio…

Al llegar a uno de aquellos pequeños puentes, pude distinguir una especie de luz en movimiento que se reflejaba bajo la pasarela. Mi curiosidad innata hizo que me acercase a ver de qué se trataba. Conforme me iba acercando, daba la impresión de que aquel brillo parecía tener vida propia: sus movimientos eran lentos, pero continuos… hasta que la cercanía me hizo dar cuenta que se trataba de lentejuelas… de alguna especie de capa o túnica…

– Aiuta… per favore… -se oyó una voz casi apagada, desde el interior del puente.

– ¿Hay alguien ahí… -pregunté con decisión.

– Aiuta… -volvió a oírse la tenue voz.

Era evidente que había alguien y que, además, necesitaba ayuda. Bajé los escalones de madera, existentes a cada lado del puente y utilizados para descender hasta las pequeñas barcazas o góndolas que allí estaban amarradas…

– ¡Dios mío! es un hombre herido… -exclamé.

Conforme me acercaba a aquella persona tumbada en el embarcadero, pude comprobar que iba vestido con un disfraz de época, a la vez que portaba una máscara veneciana.

El color rojo intenso de la sangre que brotaba a través de su costado, y que el herido intentaba tapar con sus dedos, teñía el blanco inmaculado de su sayuela, evidenciando la gravedad de la herida.

– ¿Qué le ha pasado buen hombre…? –fueron las palabras en castellano que acerté a decir en ese instante, sin apercibirme de que me encontraba en territorio italiano.

– ¡Menos mal…! un español…

– Sí, soy español… parece que se alegra de verme, ¿usted también es español?

– No, pero prefiero que me haya encontrado usted…

– Disculpe, pero no comprendo que quiere decir… si me explica algo más al respecto…

– No importa, luego le explicaré todo lo que desee, ahora por favor, necesito que me ayude…

– Sí, sí, por supuesto… voy a pedir ayuda…

– ¡No, no…! –sentenció el herido de manera tajante- por favor…, haga lo que le voy a decir: no avise a nadie más que a la persona que le indicaré a continuación…

– Pero yo soy extranjero… no conozco a nadie de aquí. Es más… creo que me he perdido entre estas callejuelas… -interrumpí sin dejarle acabar.

– Está muy cerca del lugar al que debe dirigirse, sólo tiene que llegar hasta la plaza de al lado: “campo S. Maurizio”, y después cruzar el “Ponte della Accademia”. Una vez cruzado el puente, a la izquierda, encontrará una parada de góndolas y enfrente un restaurante. Pregunte allí por Antonio “Il gondoliere” y tráigalo hasta aquí. Yo les estaré esperando… le prometo que no me moveré de donde estoy… -apuntó el enigmático personaje, a la vez que mostraba una lánguida sonrisa.

– Pero… cuando encuentre al tal Antonio… ¿quién le digo que es usted, cómo se lo hago saber…? –le pregunté expectante.

– Tiene razón… espere…

El enigmático personaje se quitó un anillo de su dedo anular, no sin realizar un considerable esfuerzo, para a continuación indicar:

– Aquí tiene, entréguele este anillo… él ya sabrá quien soy y le acompañará inmediatamente, pero… por favor, tenga la precaución de que nadie más oiga lo que hable con Antonio.

– Descuide así lo haré… aunque me gustaría conocer su nombre… -le espeté esperando su respuesta.

– Supongo que es una descortesía por mi parte no haberme presentado… pero por ahora créame que es mejor que no lo sepa. Por ese mismo motivo, habrá observado que no me he quitado la máscara…

– Sí, ahora que lo dice… me ha extrañado que no se haya despojado de la máscara, aunque pensé que se debía al shock por el que estaba pasando…

– Discúlpeme que ahora no le atienda como se merece… -intercedió el hombre enmascarado con una voz entrecortada- pero me estoy desangrando y no sé cuanto tiempo más podré aguantar consciente…

– ¡Claro! discúlpeme a mí, marcho a toda prisa en busca de Antonio “Il gondoliere”.

Me dirigí al “Campo de S. Maurizio”, la plaza que se encontraba justo al lado del pequeño canal donde esperaba herido el hombre enmascarado, desde allí pude seguir las indicaciones que me llevaron a atravesar el “Ponte della Accademia” y tal como había indicado aquel enigmático personaje, pude encontrar la parada de las góndolas y, enfrente, el restaurante donde debería preguntar por Antonio.

No hice más que acercarme a las góndolas cuando un gondolero me pregunta:

– Gondola signore…?

– No, no… yo busco a Antonio “Il gondoliere”…

– Ma… perché cerca Antonio?

– Sólo puedo decírselo a él…

– Io sono Antonio…

– ¿Es usted Antonio “Il gondoliere”?

– Sì, sono io… che cosa desidera di me?

Parecía que la suerte estaba de mi parte y había encontrado a la persona indicada, así que me rebusqué en mis bolsillos y le mostré el anillo que el enigmático enmascarado me había facilitado para tal fin.

Antonio tomó el anillo en sus manos y lo observó con atención durante unos segundos que parecieron eternos, para a continuación exclamar:

– Bien, veo que el “Maestro” ha confiado en usted… así que yo también lo haré…

– ¡Vaya, habla perfectamente el castellano…!

– Sí, pero por favor, ahora debemos salir de aquí… suba a la góndola y cuando estemos en medio del canal me dice el mensaje del Maestro…

Apenas zarpamos del embarcadero, cuando Antonio me invitó a transmitirle lo que había venido a decirle.

– Bueno, ya podemos hablar con tranquilidad… dígame: ¿por qué lleva consigo el anillo del Maestro…?

– Está herido… tiene una herida en un costado y está sangrando. Lo encontré tumbado bajo un puente cerca de aquí y me dijo que viniese en su búsqueda. El anillo me lo entregó para que usted no tuviera dudas de lo que le digo y me acompañase hasta donde nos espera.

– ¿Herido… está grave…?

– No soy médico… pero creo que si no nos damos prisa, entrará en un shock…

– Vamos… dígame: ¿dónde está ese puente… sabe como se llama?

– Lo siento, acabo de llegar a Venecia y me había perdido buscando mi hotel… pero he venido desde allí andando, así que he tenido que atravesar la plaza “Campo S. Maurizio” antes de cruzar el “Ponte della Accademia”… ¿tiene bastante con esa información para encontrar el lugar? –le pregunté esperanzado de que así fuera.

– Sí, ya sé a qué puente se refiere… ¡vamos para allí inmediatamente!, está muy cerca.

Mientras realizábamos el trayecto con la góndola en ayuda del herido, no podía dejar de pensar y hacer mis elucubraciones mentales del por qué de aquella extraña situación. ¿Quién era el enigmático personaje de la máscara? ¿Por qué se encontraba herido? ¿A qué se debía tanto misterio…? Todas estas preguntas esperaban una respuesta… si bien, debería esperar el momento oportuno para conocerlas.

No había terminado de hacer mis reflexiones cuando ya estábamos delante del embarcadero donde se encontraba el herido. Antonio, saltó raudo sobre la tarima de madera y dirigiéndose hacia el cuerpo inmóvil de aquel hombre exclamó:

– Maestro…! che cosa gli ha passato…?, chi l’ha ferito…?

– Ah… il mio caro Antonio… grazie a Dio che sei arrivato, non poteva sopportare oramai più… –contestó el Maestro, con una voz tenue y casi sin aliento.

– Ma… ed il suo contatto… dove sta? –insistió Antonio.

– È morto… ci trovarono e tentò di intrattenerli affinché io fuggissi… Essi l’ammazzarono… io potei fuggire malherido… Antonio…, bada a questo buon uomo che mi ha aiutato ed assicurati che arriva bene al suo hotel…

– Trascuri Maestro, mi incaricherò di tutto… –respondió Antonio.

Después que aquellas breves palabras, el Maestro pareció desvanecerse y Antonio, temeroso de que no tuviese tiempo de llevarlo hasta donde tenía previsto, me solicitó que le ayudase a cargar el cuerpo en la góndola. Una vez colocamos el cuerpo del herido en la embarcación, Antonio taponó y vendó la herida como mejor pudo con trozos de su propia camisa. Luego, se dirigió hacia mí y me dijo:

– Le estamos muy agradecidos ¿señor…? -Antonio, alargó la última sílaba de la frase, como si con ello estuviera preguntándome mi nombre.

– Manuel de Osuna, ese es mi nombre… si puedo hacer algo por ustedes, me tienen a su disposición…

– No, Sr. de Osuna, ya ha hecho bastante… me gustaría poder acompañarlo hasta su hotel, pero como puede ver, el Maestro necesita de una atención urgente…

– Sí, claro, por supuesto… no se entretenga más conmigo y lleve a su amigo a que sea atendido urgentemente, yo me las apañaré bien solo…

– ¿En qué hotel se hospeda…?

– Tengo reservada la habitación en el Montecarlo… espero no tener problemas por la hora de llegada…

– Ah sí, el Montecarlo…, no, no tendrá problemas. La recepción está abierta durante las 24 horas, además, está aquí al lado, sólo tiene que cruzar la plaza S. Maurizio y marchar en el sentido contrario al que fue para ir en mi busca. Cuando llegue al primer puente crúcelo y, dos callejuelas más adelante, usted ya podrá ver el letrero del hotel a su derecha. No tiene pérdida.

– Pues muchas gracias Antonio, espero que su amigo se recupere lo antes posible…

– Sí, yo también… tendrá noticias del Maestro, Sr. de Osuna…, adiós y gracias de nuevo.

– Adiós Antonio… ¡suerte!

La góndola se alejó en silencio, surcando las oscuras aguas del canal que la llevaría hasta el lugar oculto donde el Maestro sería atendido de sus heridas.

Después de todo lo sucedido, estaba claro que el comienzo de mi esperado descanso en Venecia no había sido todo lo tranquilo que yo hubiese deseado, pero, por otro lado, me sentía satisfecho por haber ayudado en la medida de lo posible a aquel misterioso hombre malherido.

A partir de aquí, sólo tenía que seguir las indicaciones de Antonio “Il gondoliere” y llegar hasta mi hotel. Ya no me quedaría tiempo para salir a cenar, así que me conformaría con poder descansar en una confortable cama.

Mientras realizaba el trayecto hasta el hotel, intenté recordar la conversación de Antonio y del Maestro y, aunque hablaron en italiano, no me resultó muy complicado entender el significado:

“– ¡Maestro…! ¿Qué es lo que le ha pasado?, ¿quién le ha herido…?

– Ah… mi querido Antonio… gracias a Dios que has llegado, ya no podía soportarlo más…

– Pero… ¿y su contacto… dónde está?

– Ha muerto… nos encontraron e intentó entretenerlos para que yo huyera… ellos lo mataron… yo pude huir malherido… Antonio…, cuida de este buen hombre que me ha ayudado y asegúrate de que llega bien a su hotel…

– Descuide Maestro, me encargaré de todo.”

Ahora ya, con más tranquilidad, me di cuenta de que, sin quererlo, me había implicado en algo muy peligroso. Algún extraño y misterioso asunto que ya le había costado la vida a un hombre. Esta idea me estuvo rondando por la cabeza, y no deje de pensar en ello hasta que, por fin, me encontré en la puerta del hotel.

Tras la identificación en la recepción y proceder a registrarme en el hotel, accedí a mi habitación, donde aprovecharía la existencia de un mueble minibar que me ayudaría a reponerme del incidente y a calmar mi apetito, gracias a algunas chocolatinas y frutos secos que disponía el mencionado mueble-bar. Después de la frugal cena, sólo me quedaron ganas de meterme en la cama y descansar. “Mañana ya veré si obtengo más información” -dije para mí.

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