¿TEMOR A MORIR O A DESAPARECER?

Cuando abrimos los ojos por primera vez nuestra mente intenta averiguar dónde estamos, qué somos, porqué estamos ahora aquí…

El comienzo de la existencia en este mundo material suele resultarnos incómodo, ajeno y extraño a nuestra verdadera condición espiritual y hasta peligroso, puesto que, desde el mismo instante de nacer, nos encontramos en peligro de muerte.

Pero conforme vamos acostumbrándonos a este nuevo estado, también sentimos un apego desmedido por todo lo material que nos envuelve en este mundo físico y ello nos lleva a alejarnos del verdadero sentido de la vida.

La mayoría de las veces, y mientras disfrutamos de una plena juventud, ni siquiera nos paramos a reflexionar el porqué de nuestra existencia, ni el hecho de que la muerte forme parte de la vida. De hecho, para que exista la muerte, previamente deberá existir la vida y, aunque parezca una «perogrullada», si analizamos el sentido de la frase, veremos que no lo es.

Aun así, antes que conocer el sentido de la vida, nos preocupa conocer que pasa después de la vida, es decir, cuando nos encontramos cara a cara con la muerte.

Es aquí cuando surgen las mayores inquietudes por conocer lo que ocurre después de la vida física y material que conocemos, puesto que se nos plantean una serie de cuestiones que difícilmente podremos resolver. ¿Es la muerte un estado final? ¿Qué ocurre cuando morimos? ¿Hay vida después de la vida?

Todas estas cuestiones y otras muchas más, se nos agolparán en nuestra mente, intentando encontrar una respuesta que se nos antojará imposible de encontrar, pero… ¿Es así?

La Ciencia ha intentado encontrar estas respuestas mediante diferentes investigaciones, estudios y experimentaciones, sin que hasta la fecha haya encontrado la respuesta definitiva a nuestras inquietudes.

Y en parte es lógico que así sea.

Me explicaré:

Los experimentos e investigaciones que la Ciencia suele realizar para encontrar las respuestas a nuestras preguntas con respecto a lo que acontece después de la vida (y digo después de la vida, ya que, si dijese después de la muerte, nos saltaríamos precisamente ese estadio: el de la muerte) son llevados a cabo bajo el prisma de la física y lo material y ahí radica el primer error. Si aceptamos que después de fallecer, ningún cadáver vuelve a mostrarse o dar pruebas de su existencia tal como era físicamente, ya que abandona el plano físico y material, es evidente que el contacto con el ser que acaba de abandonar este plano físico no podrá producirse a través de medios físicos y materiales, a menos que exista un punto intermedio donde la materia física y la energía espiritual puedan confluir. De ahí que la mayoría de los contactos que se refieren a personas fallecidas, se realice a través de médiums o personas con capacidades de tipo extrasensorial. Por tanto, mientras la Ciencia no encuentre ese punto intermedio de confluencia, bien sea a través de una determinada tecnología o una determinada situación, en que sea capaz de demostrar la capacidad de poder contactar con los seres del más allá, tendremos que seguir confiando en los datos e información obtenidos mediante las técnicas de tipo extrasensorial, que por otro lado, conforme la Ciencia va avanzando en este campo de la transcomunicación, confirma en gran medida las informaciones y creencias hasta ahora expuestas solamente por las experiencias de tipo extrasensorial. 

Pero al margen de las respuestas que podamos encontrar, del motivo por el que la muerte forma parte inseparable de nuestra vida, hay otra pregunta que es la que en realidad nos aterra: ¿Desapareceremos con la muerte? ¿Perderemos la consciencia de nuestra individualidad como ser? He ahí la cuestión. 

En realidad, lo que más nos preocupa, no es el hecho de morir, ya que todas las evidencias y experiencias conocidas sobre personas que «han regresado de la muerte» (E.C.M.), parecen indicar que la vida continua después, si bien con otra configuración, donde el sistema operativo (valga el símil de la informática) ya no estará basado en el mundo físico y material, sino que nuestra preocupación, vendrá por el temor a la desaparición absoluta de nuestra personalidad individual. Entonces, la respuesta a nuestra cuestión… ¿La podemos conocer? Sinceramente, creo que sí. Otra cosa es que estemos preparados o en la situación apropiada a recibir dicha información. Y para explicarme, intentaré hacerlo mediante algunas reflexiones. 

Si tuviéramos que confiar nuestros ahorros a una entidad bancaria, ¿lo haríamos a la más pequeña y que menos rendimientos obtiene y por tanto con mayor riesgo o, por el contrario, buscaríamos una entidad que hubiese demostrado saber obtener los mayores beneficios? Si tuviéramos que escoger a un hombre para que fuese nuestro gobernante y dispusiera de nuestras leyes ¿escogeríamos al más necesitado para darle ese poder que nunca ha tenido, o por el contrario buscaríamos al experto, conocedor de las diferentes condiciones humanas? La Naturaleza es sabia, y si nosotros no arriesgaríamos nuestro dinero depositándolo en una entidad sin recursos o no elegiríamos al más necesitado para otorgarle todo el control, ¿cómo esperamos que la clave para acceder a un estado de mayor relevancia, pueda estar al alcance de quien no ha sido capaz de ser consciente de su estado original?

El ser humano está inmerso en un mundo material cuyo estado es similar al que se produce cuando un submarinista baja a las profundidades del océano. Necesita un equipo adecuado para poder sobrevivir en ese ambiente, ya que no es su habitat natural y, de la misma manera que utiliza los pesos para poder sumergirse, a fin de contrarrestar la flotación de su propio cuerpo en el  líquido elemento, también debe saber cuándo y cómo liberarse de dichos lastres, que le impedirían ascender hasta la superficie y regresar a su habitat natural.

Sólo así conocerá lo que le espera más allá de la superficie, a la vez que descubrirá un mundo de luz muy diferente al que hasta entonces conocía y al que ya no desea regresar, por ser mucho más denso y pesado que el que ahora conoce. Por todo lo anteriormente expuesto, debo enfatizar que la respuesta sólo la encontraremos cuando hayamos aprendido a dejar los lastres que nos impiden ascender hasta la superficie y nos mantienen alejados de nuestro verdadero habitat natural: La vida espiritual.

(C) 2005 José Luis Giménez www.jlgimenez.es