LA FUNDACIÓN DE LA ORDEN DEL TEMPLE
Cesión del Templo de Salomón por el rey Balduino II a Hugo de Payens y Godofredo de Saint-Omer
SAN BERNARDO DE CLARAVAL Y LA ORDEN DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS
Tras la primera cruzada, culminada con la conquista de Jerusalén en el año de 1099, pasarían a constituirse principados latinos por la zona, como fueron los Condados de Edesa y Tripoli, el Principado de Antioquía y el Reino de Jerusalén, donde Balduino iba a gobernar como rey.
Según cuentan las crónicas, en el año de 1118, el rey de Jerusalén, Balduino II, daría la bienvenida a un grupo de nueve caballeros franceses, comandados por el noble Hugo de Payens (Payns), quien se ofrecería al soberano para proteger a los peregrinos que acudiesen a Tierra Santa.
Entre los componentes del grupo, se encontraba el que fuese tan generoso con Bernardo de Claraval, al donarle las tierras de Clairvaux para levantar su propio monasterio; nos referimos, por supuesto, al conde Hugo I de Champaña. También le acompañaba el tío de Bernardo, André de Montbard, quien más adelante jugaría un importante papel en la Orden, llegando a ser Gran Maestre de la misma en el año 1153, coincidiendo con el año de la muerte de Bernardo de Claraval.
Fue en dicha fecha del 1118 cuando se produciría la fundación de la «Orden del Temple» y que, en un principio, fue conocida como la «Orden de los Pobres Caballeros de Cristo» (Pauperes Conmilitones Christi), aunque más tarde, pasarían a ser conocidos comúnmente como «Caballeros Templarios o Caballeros del Templo de Salomón» (Milites Templi Salomonis), una vez que fueron instalados en las dependencias del antiguo templo de Salomón en Jerusalén y cuyo lema sería: «Non nobis, Domine, Non Nobis, Sed Nomini Tuo Da Gloriam» (No para nosotros, Señor, no para nosotros, sino en tu nombre danos Gloria). La denominación más actual y extendida de «Orden del Temple» se produce a través de la traducción del latín al francés. La identidad de los nueve caballeros franceses fundadores de la orden del Temple era la siguiente:
– Hugo de Payens
– Geoffroy de Saint-Omer
– André de Montbard
– Archambaut de Saint-Amand
– Payen de Montdidier
– Geoffroi Bisot
– Gondemar
– Hugo Rigaud
– Roland
San Bernardo de Claraval
Atuendo de Caballero Templario
No obstante, la identidad de los caballeros que componían la expedición, daría lugar a especular con otros motivos distintos a los manifestados por Hugo de Payens, ya que resultaba demasiado casual que, algunos de los componentes fuesen familiares o íntimos amigos de Bernardo de Claraval, tal como se ha indicado anteriormente.
Para corroborar esta hipótesis, existen unos documentos muy interesantes, procedentes de unos archivos de la Orden del Temple, que fueron encontrados en el Principado de Seborga, un minúsculo país de unos 14 Kms. cuadrados, situado en el noroeste de Italia, en la región de Liguria, y en donde se relaciona directamente a Bernardo de Claraval con la fundación de la Orden del Temple.
De acuerdo a dichos documentos, Bernardo de Claraval, en el año 1113, habría fundado un monasterio en Seborga, con el propósito de preservar en su interior un «gran secreto», el cual no es especificado. Bernardo dejó como guardianes del secreto a los monjes Gondemar y Rossal, dos frailes que pertenecían al clan de los Fontaine, y que habían ingresado con él en el Cister.
Posteriormente, en el año 1117, Bernardo de Claraval, regresa al monasterio de Seborga y libera de sus votos a los dos frailes, a la vez que les encomienda un nuevo destino: viajarían a Tierra Santa, en compañía de siete caballeros más. Los nombres de dichos caballeros eran:
– André de Montbard (tío de Bernardo de Claraval).
– El conde Hugo I de Champaña (quien le donó las tierras de Clairvaux).
– Hugo de Payens (quien sería el primer Maestre de la orden).
– Payen de Montdidier.
– Geoffroi de Saint-Omer.
– Archambaud de Saint-Amand
– Geoffroi Bisot
Como puede comprobarse, la mayoría de los nombres que aparecen en dichos documentos, coinciden con los nombres citados en los documentos que hacen referencia al grupo que acudió a Jerusalén y fundó la Orden del Temple en 1118. ¿Casualidad?
Pero estas, no iban a ser las únicas y «extrañas casualidades» que mostrarían una implicación de Bernardo de Claraval con la Orden del Temple y sus secretos.
Puestos a buscar otras extrañas relaciones o implicaciones entre Bernardo y la Orden del Temple, no podíamos dejar pasar por alto la actitud del rey Balduino para con los nueve caballeros del Temple. Efectivamente, la donación realizada por el rey Balduino de Jerusalén, a la nueva Orden del Temple, en lo que sería la sede de la Orden, se correspondería con una zona excesivamente amplia para ser ocupada por tan sólo nueve caballeros, ya que en dicho lugar, donde anteriormente estuvo enclavado el Templo de Salomón (de ahí el nombre de la Orden), había espacio suficiente para acoger a varios miles de hombres, si bien ahora, ocuparían el edificio conocido como la mezquita blanca de Al-Aqsa, ubicada en el monte del Templo y que se correspondería tan sólo con lo que fuese el atrio del Templo. Pero el misterio iba a ir en aumento.
Así, lo que en un principio parecía que se trataba de una orden de caballería destinada a salvaguardar los caminos a Tierra Santa y a los peregrinos que allí acudían, según algunos autores han desarrollado, se adoptó una postura un tanto extraña, ya que lejos de aumentar el número de miembros en la orden, como sería lógico, debido al gran territorio a cubrir, los Caballeros Templarios, no admitieron a nadie más en la nueva Orden durante los primeros nueve años de existencia de la misma. De ser cierto, ¿qué oscuros motivos tuvieron los Templarios para actuar así?
Según algunas especulaciones, parece ser que durante dicho espacio de tiempo, los Caballeros Templarios estuvieron ocupados en llevar a cabo ciertas excavaciones secretas en las caballerizas del Templo donde, según estas mismas fuentes, habrían buscado el Arca de la Alianza.
A pesar de que la Orden del Temple estaba reconocida por el rey Balduino y asentada en Jerusalén desde hacía nueve años, en 1127, el Maestre Hugo de Payens, decide viajar hasta Roma, con el objetivo de que la Orden sea aprobada oficial y definitivamente por el Papa Honorio II, y a fin de que fuese contemplada también como orden militar de pleno derecho. Para ello, el rey Balduino de Jerusalén, envía una misiva a Bernardo el abad de Claraval, quien mantenía una buena relación con el Sumo Pontífice, solicitándole que favoreciera al primer Maestre de la Orden ante la Iglesia.
Cuando repasamos todo lo acontecido hasta ahora, con respecto a la relación o vinculación de Bernardo de Claraval con la Orden del Temple, no podemos por menos que intuir una relación muy directa, si bien resulta un tanto oculta, sobre todo, en los aspectos de índole esotéricos e iniciáticos. Un aspecto que se abordará más adelante, pero que, ahora, no puede pasar desapercibido, por cuanto, después de todas las maniobras que hemos visto que Bernardo llevó a cabo, para conseguir sus objetivos con respecto a la Orden del Temple, fuese necesaria una carta del rey Balduino de Jerusalén, solicitándole su apoyo ante la Iglesia. ¿Realmente era necesaria esa carta de petición de ayuda, o se trataba simplemente de la excusa que justificase la defensa de la Orden del Temple, por Bernardo de Claraval ante la Iglesia?
Sea como fuere, lo cierto es que Bernardo de Claraval, utilizó todos los medios a su alcance, hasta conseguir que se convocase el Concilio de Troyes, el cual tendría lugar el día de la fiesta de San Hilario del año 1128 (tal como indicaba literalmente, el prólogo de la Regla del Temple), en la ciudad francesa del mismo nombre, la cual demás era sede de la corte del condado de Champagne, con la finalidad de que en dicho concilio fuese aprobada definitivamente la Orden de los Caballeros Templarios.
Al Concilio de Troyes, el cual estaba presidido por el cardenal y legado papal, Mateo de Albano, acudieron gran cantidad de prelados franceses, asistiendo entre otros: dos arzobispos, diez obispos y siete abades (entre los que se encontraría el abad de la casa matriz del Cister: Esteban Harding), así como una variada representación de personajes eclesiásticos y miembros de la nobleza.
Gracias a las muchas influencias con que contaba Bernardo de Claraval (no olvidemos que se encontraba en los dominios del Conde Hugo de Champañe), y a pesar de que se entablaron diversas discusiones, el hecho de saber exponer con acierto los principios y primeros servicios de la Orden del Temple, respondiendo acertadamente a todas las preguntas que le dirigieron, hizo que al cabo de varias semanas de deliberaciones, la Orden del temple fuese aprobada oficialmente con gran entusiasmo por dicho Concilio de Troyes, a la vez que Hugo de Payens fuera nombrado Gran Maestre de la Orden. Se solicitó también, para la nueva Orden, la ayuda y colaboración de todos los nobles y príncipes que asistieron al Concilio, encargándosele a Bernardo de Claraval la tarea de redactar una regla original para la Orden de los Caballeros Templarios.
Bernardo de Claraval tenía muy claro cual iba a ser la regla que adaptaría a la Orden del Temple y así, utilizó la férrea Regla del Cister, la cual sería adaptada a la nueva Orden militar, con el fin de organizar su vida monacal. En este sentido, los Caballeros Templarios, como monjes de pleno derecho, deberían pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia, añadiéndole además un cuarto voto, en el que se comprometían a contribuir en la conquista y la conservación de Tierra Santa, llegándose a dar la vida si fuera necesario.
Un hecho acontecido en dicho Concilio y que no puede pasar desapercibido, sería el que hacía referencia al «secreto» contado por el Caballero Hugo de Payens, el cual sólo sería conocido por el Papa Honorio II y el Patriarca de Jerusalén (además de Bernardo de Claraval, por supuesto), lo cual, nos da una idea de cuales debieron ser los verdaderos motivos que llevaron a aprobar la Orden militar por la Iglesia. En el apartado nº 4 del prólogo de la Regla del Temple, podemos leer:
«4. Y todo lo que aconteció en aquel Consejo no puede ser contado ni recontado; y para que no sea tomado a la ligera por nosotros, sino considerado con sabia prudencia, lo dejamos a discreción de ambos nuestro honorable padre el Señor Honorio y del noble Patriarca de Jerusalén, Esteban, quien conoce los problemas del Este y de los Pobres Caballeros de Cristo; por consejo del concilio común lo aprobamos unánimemente. Aunque un gran número de padres religiosos reunidos en capítulo aprobó la veracidad de nuestras palabras, sin embargo, no debemos silenciar los verdaderos pronunciamientos y juicios que emitieron.» (Tomado de La Regla Primitiva de los Templarios Trad. Montserrat Robrenyo, Barcelona, 2000).
Así pues, queda claro que, la necesidad de que la Orden del Temple fuese aprobada oficialmente por la Iglesia, obedecía más a otros intereses ocultos, que al de ser una orden militar creada para proteger a los peregrinos de Tierra Santa, máxime cuando, desde hacía varios años atrás, ya existían otras órdenes que se encargaban de ello, como la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, que más tarde pasó a llamarse de San Juan de Malta, debido a ser trasladada su sede a la isla de Malta por el rey Carlos I en el año de 1530.
© 2006 José Luis Giménez (Extractado del libro “El triunfo
de María Magdalena – Jaque mate a la Inquisición”)