E.C.M. (Experiencias Cercanas a la Muerte) EN LOS NIÑOS


Al hombre, desde el inicio de los tiempos, siempre le ha fascinado conocer lo que ocurre después de la muerte. Este hecho a marcado la vida de muchos, e incluso hay quien asegura haber contactado con el espíritu de las personas que han abandonado nuestro mundo material.

Pero lo que me trae a exponer la historia, que voy a relatar a continuación, no es la existencia después de esta vida, sino las experiencias de tipo extrasensorial, que experimentan las personas, justo antes de fallecer y, por tanto, de abandonar el cuerpo definitivamente.

Estas experiencias, no siempre son conocidas por las personas ajenas a ellas, ya que pertenecen a quienes van a traspasar el umbral de la muerte, ¿o debería decir, de esta vida a otra forma de vida?, pero en algunos casos, estas experiencias son compartidas, en el momento del óbito, por las personas que rodean y acompañan a la persona que va a fallecer y, es en estos casos, a los que me voy referir, ya que no se trata de algo que nos cuentan las personas que han «regresado», también conocidas como E.C.M. (Experiencias Cercanas a la Muerte), sino de lo que podemos observar, ver y oir, los que nos quedamos en este lado.

Para ilustrar este fenómeno, he recopilado los datos e información, correspondiente a una niña de 7 años de edad, Anita era su nombre.

Esta historia llegó hasta mí de primera mano, por lo que no tengo la menor duda de su autenticidad.

Anita era una niña alegre, agradable y cariñosa, y la terrible enfermedad que la acechaba – Sarcoma -, apenas dejaba entrever la gravedad de la misma.

Así, llegó un momento en que la ignominiosa enfermedad hizo su aparición, atacando con toda su furia la salud de la pequeña niña, primero fue la pierna, donde apareció el terrible cáncer óseo, para posteriormente, en lo que tarda en nacer una hermosa mariposa de su crisálida, manifestarse la temida metástasis (expansión del tumor).

De esta forma, sin darle tiempo a conocer una mínima parte de las maravillas de la vida, esta le fue denegada.

No había conocido apenas nada, nada sabia de creencias, no entendía lo que significaba la palabra religión, ni siquiera había sido testigo de ninguna muerte. Apenas había abierto los ojos a la vida, cuando la vida se los cerró.

Llegó el momento en que ya no podía bajar a jugar con sus amiguitas, el dolor era muy fuerte, y la morfina hizo su aparición, aunque sus efectos ya nada podían remediar. Así, quedó postrada en su camita, a la espera de algo, que ella no era capaz de entender.

Y llegó el momento fatídico…

    • Mamá… ¿por qué has apagado la luz…? (le preguntó Anita a su madre)
    • No veo nada… (insistió)

El instinto de una madre sabe muchas cosas, y aquella madre sentía como lo más querido de su alma, se le estaba marchando para siempre.

Hubiese dado su vida y todas las siguientes, por evitar lo que estaba a punto de suceder.

Haciendo acopio de todas las fuerzas de que fue posible, la madre, conteniendo las lágrimas y procurando un tono de voz alegre (algo que le arrancaba el corazón a tiras), le respondió:

    • Es mejor así, hija mía… así podrás descansar mejor…

La madre miró a su amiga y vecina, con esa mirada que no necesita más explicación… las dos habían comprendido… Anita se quedaba ciega… la enfermedad aireaba su bandera triunfante.

Se les saltaban las lágrimas de tanto dolor, aquella situación era insostenible, pero tenían que ser fuertes y así la vecina y amiga, intentó avalar lo que la madre acababa de decir.

    • Si, Anita… hija, tu madre tiene razón… ahora cuando estés más descansada la volverá a encender…

Se quedaron calladas… inmóviles, apenas aguantando la respiración…

El resto de personas que estaban en la estancia, no fueron capaces de soportar tanto dolor, y salieron a desahogarse llorando y buscando una explicación divina.

No había transcurrido más de una media hora cuando, Anita, llama a su madre y le dice con gritos de alegría:

    • ¡Mamá… mamá…! mira ven… Veo una luz muy blanca y dentro… ¡Vienen los Reyes Magos! 

Los allí presentes, no sabían que hacer, ni que decir… y, sobre todo, aquello le daba a la situación tal emoción, que ya resultaba más que difícil el controlar los sentimientos.

Pero la madre, sabiendo que no podía dejar que su hijita se marchase oyendo sollozos y llantos, tomándole la mano le preguntó:

    • Y, ¿qué te dicen hija mía…?

Anita, con total naturalidad, le contestó a su madre:

    • Mamá, el rey de los cabellos largos y blancos, dice que ahora me llevará con él…

Esas fueron sus últimas palabras… ¿o no?

Y digo esto, porque detrás de esta hermosa y triste historia, Anita nos dejó a todos los presentes y a quienes supimos después de ello, un magnífico regalo. Nos dejó el regalo de la esperanza, de la fe y de la confianza.

Para Anita, lo más hermoso y bueno que conocía eran los Reyes Magos, así cuando tuvo que dejar este mundo para proseguir su viaje hacia el Padre Universal, ¿quién mejor para acogerla y darle la bienvenida que aquellos personajes? ¿Por qué se presentan a las personas en ese transcendental momento, seres queridos, o personajes espirituales?

La respuesta evidentemente no la sabemos con certeza, pero sí sabemos que ocurre, y ya que ocurre, ¿qué mejor que seamos recibidos por nuestros seres queridos, o por aquello que más amamos?

Otro caso distinto, pero que también ayuda a ilustrar el tema, es el de un niño, Miguel, de 7 años de edad, enfermo de leucemia.

Eran los primeros días del mes de enero, apenas faltaban 3 días para la llegada de los Reyes Magos. Miguel había ido al reconocimiento médico que tenía previsto en el departamento de oncología de un importante hospital de Barcelona.

Al salir del despacho del Dr. que lo atendía, las auxiliares de clínica, correspondientes a dicho servicio, al ver a Miguel un tanto entristecido, con la mejor intención de animarle, le preguntaron:

    • Miguel… ¿qué les has pedido a los Reyes Magos…?

Miguel, levanta la cabeza y mirándolas fijamente y con total seriedad, les responde:

    • No les he pedido nada, porque ya no creo que les dé tiempo de traérmelo… Voy a morir muy pronto… Pero me han dicho que cuando esté en el cielo, ellos estarán conmigo…

Las auxiliares se miraron perplejas, no sabían que decir… aguantaron las lágrimas como pudieron. No era sólo lo que habían oído, sino como lo habían oído, eran las palabras firmes y serenas de una persona con más parecido a un adulto, que a un niño.

Miguel se marchó aquella tarde del hospital, para no volver nunca más. Tal como él ya sabía, los Reyes Magos cumplieron su promesa, y se lo llevaron con ellos.

Todo esto quizás no demuestre nada, según los científicos ortodoxos, pero si observamos a los enfermos terminales en su lecho de muerte, cuando se produce el tránsito final, veremos como profieren palabras, nombres, frases inconexas, peticiones…

El personal médico, así como dichos científicos, suelen justificar dichas experiencias, denominándolas «alucinaciones» o «delírium in extremis», incluso hay alguno que se atreve a vaticinar que todo ello no es más que el producto de alguna glándula, alojada en alguna parte del cerebro, ¿? (aunque no concreten a que glándula se refieren).

Yo por mi parte, tampoco puedo demostrar nada, pero hoy día, nadie se cuestiona la existencia de la Televisión o de la Radio, pese a que no nos es posible ver con nuestros ojos, ni oir con nuestros oídos, ni sentir con nuestro tacto, las diferentes ondas llamadas hertzianas por las que se transmiten las diferentes informaciones, ni las distintas frecuencias de onda, por las que poder elegir que programa ver u oir. Todo eso lo simplifican dos aparatos, uno emisor (ya sea de Tv o de Radio) y otro receptor.

En mi opinión, el cerebro humano, potencialmente, tiene mayor capacidad que dichos aparatos, tanto para emitir, como para recibir. Todo es cuestión de saber en qué frecuencia de onda debemos de «conectar».